Javier no puede volver a dormir, se mueve en la cama, fuma, toma agua, intenta masturbarse varias veces. La resolana que se mete por la ventana del noveno piso, lo pone peor. Patricia se fue hace un rato, él le ofreció un café que no tenìa por cortesía, ella no aceptó. Haciendo gala de su estupidez no la acompañó en el ascensor, lo cual, sin embargo, no molestò para nada a la morocha. Javier sabía muy bien que la noche mentía, su vista tampoco ayudaba, pero la realidad de la mañana reflejó demasiado crudamente el aspecto de su acompañante. Limpió la casa y esperó que nadie lo hubiera visto, como si a alguien le importara lo que hace de su vida.
Ellos intentaron pensar en otras cosas durante el dìa. Patricia ordenò su biblioteca por fecha de compra del libro y realizò una necesaria limpieza de la heladera en la que se animò a tirar un pote de crema que recordaba tiempos màs felices. Javier se dedicò a quitarse uno a uno los pelos del pecho y la panza con una pinza de depilar, para terminar con dolor de cuello y enrojecimiento de la piel. La noche fue una buena noticia, faltaba menos para mañana que siempre es otro dìa, una nueva oportunidad de curar las heridas que van a ser parte del ayer. Pero hay gente signada por la mala suerte, ellos dos son un claro ejemplo, esa noche una bomba estallaba en Buenos Aires, borrando por completo el barrio de Palermo donde ambos vivìan sus pequeños desencuentros.