Revista Diario
Insolitudes / impuesto a la brujería
Publicado el 11 enero 2011 por El Cuentador“Yo no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan”. Dicho popular.
Tenía el pintoresco apodo de “El Indio Amazónico”: era uno de esos “iluminados” que proclamaba tener dones de espiritista, lector del tarot, clarividente, profeta y quién sabe qué otro supuesto poder, que vivía y atendía en Caracas por allá por los años 80 y que recetaba emplastos, ritos, talismanes, mejunjes, baños o pociones para resolver cualquier dolencia o problema que aquejara a los inocentes que fueran a visitarlo y que por supuesto estuvieran dispuestos a pagar por ello. El personaje aseguraba resolver asuntos de variadísima índole: desde padecimientos crónicos, mal de ojo o salpullido hasta impotencia sexual, o poseer fórmulas infalibles para acertar en la lotería, atraer el amor verdadero, prolongar la juventud y el vigor, hallar tesoros enterrados y a lo mejor hasta ganar elecciones.
Las filas de espera en su consultorio –ubicado en una populosa zona de clase media baja de la ciudad– eran larguísimas; llegó a ser tan conocido que inspiró un personaje al cómico venezolano Joselo e incluso, en una ocasión apareció personalmente en uno de los segmentos del programa nocturno de altísima audiencia que este humorista tenía en la televisión de mi país natal. Tal vez víctima de su propia notoriedad, la policía se interesó en él y tiempo después el mentado Indio Amazónico sería arrestado, especulo que por ejercicio ilegal de la medicina, estafa, fraude o algo parecido. Según las noticias que entonces leí, resultó ser un odontólogo colombiano que evidentemente tenía mucho más éxito económico en su esotérica actividad que en la profesión para la cual se formó inicialmente.
El negocio del Indio Amazónico tenía que ser muy bueno, porque se daba el lujo de publicar los domingos un aviso a tamaño de página completa –que traía una gran fotografía de él mismo luciendo un vistoso penacho de plumas, collares y adornos, y un ecléctico atuendo que hacía sospechar de una forzada mezcla de diferentes etnias indígenas– en el diario Últimas Noticias, posiblemente el periódico de más arraigo en las clases populares caraqueñas. Para la época yo trabajaba en publicidad y sabía de primera mano que una promoción así debía costar mucho dinero. Siempre me pregunté por el monto que, a punta de supercherías y engañifas, y sobre la base de la incauta esperanza de mucha gente sencilla, facturaba aquel individuo.
Una pregunta parecida debe haberse hecho el gobierno rumano hace poco, en relación con las brujas que aparentemente operan en ese país y que según, son bastantes. Porque a partir del 1° de Enero de este año y gracias a una nueva ley –cosas de la crisis y de la búsqueda de nuevas fuentes para impulsar las alicaídas finanzas del estado– quienes ejerzan en Rumania como clarividentes, brujas, médiums, astrólogos, adivinadores, hechiceras u otras relacionadas con el más allá, incluidos los embalsamadores, serán considerados como profesionales autónomos y por lo tanto estarán obligados a… ¡pagar impuestos! De ahora en adelante deberán entregar al gobierno el 16% de sus ingresos, que irá a parar a servicios como el sistema de pensiones y seguridad social del país.
Es conocido que Rumania tiene una tradición compleja con las artes de lo oculto. Para empezar, el famoso mito del conde Drácula proviene de ese país, pero además hoy, en los umbrales de la segunda década del siglo XXI, una parte importante de la población mantiene prácticas supersticiosas. Se dice que en una ocasión la federación de fútbol rumana contrató los servicios de una bruja para que afectara negativamente el rendimiento de algunos equipos contrarios, que determinados dirigentes políticos utilizan ropa color morado ciertos días del año para combatir espíritus malignos y que el mismísimo Presidente actual, Traian Basescu, ha sido asesorado por un parapsicólogo. En honor a la verdad, rumores similares circulan sobre políticos de otros países y personajes dedicados a lo paranormal llegan a influir en las decisiones de estado; no es secreto que la esposa de Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos desde 1981 hasta 1989, consultaba frecuentemente a una astróloga y que los consejos de esta fueron a veces tomados en cuenta para determinar la agenda presidencial.
Tampoco será monopolio rumano sino más bien una práctica expandida por todo el globo, el que la gente maldiga a los recaudadores de impuestos, pero en el caso que nos concierne el asunto toma giros como para coger palco. Porque no pensará usted que las brujas rumanas iban a quedarse así no más ante semejante afrenta impositiva: Bratara Buzea, considerada la bruja reina (desconozco si el nombre es común en Rumania, pero a mis tropicales oídos suena de lo más brujildo) afirmó no temer al Presidente, y otras integrantes del gremio hechiceril amenazaron con realizar una suerte de aquelarre en un lugar no revelado a orillas del río Danubio y lanzar un maleficio a los dirigentes responsables de la medida, a punta de orina de gato, mandrágora y perro muerto.
En lo personal no me interesaría un enfrentamiento con brujas y afines, pero sospecho que a su vez los políticos argumentarán que dada su profesión, bastantes maldiciones y sortilegios les han dedicado antes y una o dos nigromancias adicionales no les harán mayor daño. Aún así valdría la pena que los dirigentes rumanos tuvieran ojo avizor, que por una parte la historia tiene varios ejemplos de drásticos cambios en la dirección de una nación a raíz de los impactos mal calculados de una subida de impuestos, y por otra, hay brujos que pudieran tener recursos sorprendentes; miren que El Indio Amazónico mencionado en este artículo se liberó eventualmente de la justicia venezolana (cabe preguntarse qué poder particular habrá utilizado para ello) y parece que sigue consultando y recetando hoy en día, ahora en Estados Unidos. Si ello es cierto, al menos sus tributos legales debe estar cancelando religiosamente (valga la ironía), porque el régimen de Impuesto Sobre la Renta de ese país no cree en nadie, por muy “poderoso” que sea.
Volviendo a la furiosa reacción de las colegas rumanas de Baba Yaga –la bruja de los cuentos rusos– ante el inédito gravamen, al menos en este caso me parece que sus cacareadas dotes de clarividencia no les sirvieron de mucho para anticipar la circunstancia y que ni siquiera el respaldo de entidades y potencias de “otras esferas” podrá evitarles el pago de la tasa. Ya lo había advertido Benjamín Franklin –personaje mucho más próximo de las ciencias y la filosofía que de la adivinación y los encantamientos– hace más de 220 años: “En este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y de los impuestos.”
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