“Yo no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan”. Dicho popular.
El negocio del Indio Amazónico tenía que ser muy bueno, porque se daba el lujo de publicar los domingos un aviso a tamaño de página completa –que traía una gran fotografía de él mismo luciendo un vistoso penacho de plumas, collares y adornos, y un ecléctico atuendo que hacía sospechar de una forzada mezcla de diferentes etnias indígenas– en el diario Últimas Noticias, posiblemente el periódico de más arraigo en las clases populares caraqueñas. Para la época yo trabajaba en publicidad y sabía de primera mano que una promoción así debía costar mucho dinero. Siempre me pregunté por el monto que, a punta de supercherías y engañifas, y sobre la base de la incauta esperanza de mucha gente sencilla, facturaba aquel individuo.
Es conocido que Rumania tiene una tradición compleja con las artes de lo oculto. Para empezar, el famoso mito del conde Drácula proviene de ese país, pero además hoy, en los umbrales de la segunda década del siglo XXI, una parte importante de la población mantiene prácticas supersticiosas. Se dice que en una ocasión la federación de fútbol rumana contrató los servicios de una bruja para que afectara negativamente el rendimiento de algunos equipos contrarios, que determinados dirigentes políticos utilizan ropa color morado ciertos días del año para combatir espíritus malignos y que el mismísimo Presidente actual, Traian Basescu, ha sido asesorado por un parapsicólogo. En honor a la verdad, rumores similares circulan sobre políticos de otros países y personajes dedicados a lo paranormal llegan a influir en las decisiones de estado; no es secreto que la esposa de Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos desde 1981 hasta 1989, consultaba frecuentemente a una astróloga y que los consejos de esta fueron a veces tomados en cuenta para determinar la agenda presidencial.
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