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Integrismo, integridad e inteligencia

Publicado el 09 junio 2010 por Biologiayantropologia
INTEGRISMO, INTEGRIDAD E INTELIGENCIA. Inédito
Dice Ortega que el hombre-masa se siente perfecto, satisfecho, con plena confianza en sí mismo y en su sociedad paradisíaca. Y de pronto, surge un acontecimiento que lo saca de su letargo. El tonto seguirá ahí, en su envidiable tranquilidad: no se da cuenta de lo que ocurre, porque olvida que el mundo es un conjunto enorme de sutilezas, una red extremadamente compleja que hay que, al mismo tiempo que aislar, ver en su conjunto, aproximarse con reverencia cuasi religiosa, para tratar de desanudarla. Toynbee, en su Historia de las civilizaciones, explica cómo el natural declive de una civilización es anulada y revitalizada por el mestizaje con otra. Hoy nos sacude la guerra, el terrorismo, la inseguridad, junto a una crisis económica descomunal como fenómenos nuevos y de vastas proporciones en nuestra aldea global. En cualquier caso, no hay que quedarse en los meros sucesos, por agudo que parezca el análisis, sino ahondar en las ideas que subyacen y lo que ello comporta.
La civilización musulmana (de muslin: el que cree y se somete a Dios) es un conjunto de ideas judías heterodoxas extraídas de La Biblia, especialmente del Antiguo Testamento, y, en este sentido, se emparenta bien con el judaísmo, que Mahoma conoció de cerca. No hay que olvidar que, étnicamente, las tribus nómadas del desierto, en donde nace el Islam, son los ismaelitas que proceden, según la Biblia, del hijo que Abrahán tuvo con su esclava Agar. A este primer entramado, se asocian también algunas herejías cristianas: nestorianos –que niegan que María sea Teothokos y por ende la divinidad de Cristo- y monofisitas –que sólo admiten una naturaleza en Cristo-. (A estas alturas, quiénes no hayan estudiado Religión, la Biblia o historia de las religiones, se habrán perdido. ¿Servirá para algo la religión en la escuela?). Mahoma además introducirá algunos elementos específicos de las costumbres de las tribus árabes y mazdeístas, en una síntesis sincretista y bien codificada, que ayudó a organizar una sociedad hasta entonces tribal en un bien conjuntado grupo social, y expelido por la yihad, o guerra santa, provocará la expansión del Islam a través del corredor mediterráneo, hacia Occidente, y por Turquía y Persia hacia Oriente. Mahoma se situó al frente de sus ejércitos en esta primera hora de la yihad para extender su nueva religión por Arabia y Siria.
Esto explica algunas cosas de la doctrina musulmana. Por ejemplo, el control que sobre la sociedad ejerce la religión; la mixtificación o fusión permanente que se da en el Islam entre las esferas políticas y religiosas; el papel de la mujer; la comunidad como regidora de la vida del creyente; la no representación por imágenes de Dios; la absoluta trascendencia de Alá; etc. Y que conlleva un cierto germen de refractividad –esto es el integrismo- que también se da –y enfrentada- en la otra civilización, especialmente agresiva como es la Occidental secularizada. Si hace 30 años, en plena guerra fría y con el peligro nuclear, el lema era “antes rojo que muerto”, supongo que algunos no tendrán inconveniente -¿o sí?- en decir ahora “antes el Islam que muerto”, lo cual supondría, ahora como entonces, una abdicación de la razón, una servil aceptación.
Lo que el mundo musulmán, a mi parecer, percibe de la sociedad occidental es esta contradicción: un modelo secularizado, de un individualismo radical, autosuficiente, desconectado de la vitalidad que ha hecho grande a Europa que es el Cristianismo. Se trata de un fenómeno de vastas proporciones, sostenido por poderosas campañas, que tienden a proponer estilos de vida, proyectos sociales y económicos y, en definitiva, una visión general de la realidad, que ha hecho abdicación de su grandeza moral, porque ya todo es lo mismo -¿es esto el multiculturalismo predicado por los nuevos profetas?-, en un episodio monstruoso, por sus dimensiones, de la tontería humana; y que, evidentemente, captan los musulmanes con sus antenas parabólicas. Pero, por su destacado carácter científico y técnico, los modelos culturales de Occidente resultan fascinantes y atrayentes, también para los seguidores del Islam, que perciben en todo esto una gran falta de integridad: la poseedora de una gran civilización que se viene abajo por tener los pies de barro. Esto es posiblemente lo que más llame la atención en el mundo musulmán.
Un ejemplo paradigmático de cuanto llevo dicho es el del modelo de la mujer. Si en el Islam ésta no cuenta “socialmente hablando”, en Occidente, el feminismo radical ha implantado un cierto modelo de masculinización de la mujer, por la que ésta deja de ser fémina y se asemeja cada vez más al hombre y, por paradójico que parezca, supone que la mujer, como tal, tampoco cuenta socialmente hablando. La mujer con dedicación a la familia y a los hijos es una “maruja” y su actividad “un marujeo”, salvo que asuma un rol masculino. Esto constituye una afrenta para el mundo musulmán; y también para el sentido común. Ahí están para corroborarlo, las conferencias sobre población de El Cairo y sobre la mujer en Pekín de estos años pasados, en los que países tan alejados como los musulmanes, junto con otros países sudamericamos y africanos, más congruentes que nosotros, votaban en contra de los “derechos reproductivos de la mujer” como eufemísticamente se pretendía introducir en la declaración final el “derecho al aborto”, especialmente por los Estados Unidos y los países europeos. Es necesario repensar las cosas. Occidente se tiene que rearmar, pero no con bombas y ejércitos, ni tampoco con esa agresividad que le caracteriza; el rearme de Occidente ha de ser moral: volver a sus raíces cristianas. Sólo así lograremos que la cultura occidental no esté marcada por la dramática pretensión de querer realizar el bien del hombre prescindiendo de Dios, lo que constituye, en último término, un contrasentido como atestiguan los trágicos acontecimientos del siglo XX y como demuestran los efectos nihilistas actualmente presentes en importantes ámbitos del mundo occidental. Ojalá, es mi deseo, despertemos pronto del torpe letargo en el que nos habíamos instalado, porque la inteligencia, como dice Ortega, es el continuo esfuerzo por escapar de la tontería.
Pedro López García
Grupo de Estudios de Actualidad

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