Partamos de lo más simple: la expresión "Inteligencia Artificial (I.A.)" es una paradoja, un oxímoron acaso; un absurdo en sí mismo. "Inteligencia" y "artificial" son dos palabras que no deben ir juntas. Es algo que no tiene sentido.
Y ello porque la inteligencia es función inefablemente orgánica, de base biológica. La inteligencia es la expresión más sutil de ese larguísimo camino que llamamos evolución. La naturaleza, la vida, ha necesitado 4.000 millones de años de intentos, fracasos y acercamientos para, finalmente, crear algo tan maravilloso
¿Alguien nos cree capaces de replicar este proceso ex Novo? ¿En unas pocas décadas? ¿En siglos?
Simplemente, sabemos muy poco del cerebro. Y no es extraño: hablamos de la estructura (que sepamos) más compleja del universo.
Dentro de su cabeza, lector, resguardado en la oscuridad del cráneo, hay un universo entero casi inexplorado. Un misterio, por el momento, irresoluble en su mayor parte. Se ha avanzado mucho en los últimos 50 años, pero apenas estamos empezando a desbrozar los contornos del problema.
Por consiguiente, el número de combinaciones en una red que se reconfigura por sí misma es... infinito.
Este fenómeno de la sinapsis no se puede emular de ninguna de las maneras si no es desde un proceso evolutivo de base biológica. Y sabemos tan poco... No disponemos de un método de análisis funcional directo. No podemos "ver" cómo funciona el cerebro en tiempo real, y por tanto sabemos muy poco del mismo. ¿Cómo?, se me dirá ¿Acaso no se realizan Tomografías de Positrones o Resonancias Magnéticas funcionales? Sí, pero estas pruebas sólo miden los cambios en el flujo sanguíneo del cerebro. Son, por consiguiente, métodos de diagnóstico indirecto que no son fiables respecto de la funcionalidad real del órgano. Y más teniendo en cuenta que en el cerebro las conexiones varían en cuestión de micrones. Un área (amplia) del cerebro puede recibir más sangre en previsión de que va a ser necesaria su intervención en un futuro próximo; no lo sabemos. Todo son especulaciones.
¡No tanto!, se me discutirá. Al menos sí sabemos que el cerebro está organizado de una determinada manera. Hay zonas dedicadas al lenguaje, otras (muchas) al sentido de la vista, algunas a planificar el futuro... El cerebro es previsible e inamovible al menos en su estructura ¿O no? La ductilidad cerebral es tan enorme que depara sorpresas incluso en lo que damos por obvio. Creo que lo explicaré con un ejemplo:
¿Qué pasaría si le cortasen el cerebro por la mitad? Que me moriría, pensará una mayoría ¿y si le digo que sobreviviría? Vale, pero sería un vegetal, o un discapacitado severo. ¡Medio cerebro, todo un hemisferio!
El secreto está en la ductilidad cerebral. Con esa edad, el cerebro utilizará todos sus recursos para reconfigurar su forma, de tal manera que optimice el espacio y pueda realizar todas las funciones que se le exigen. Este ejemplo nos obliga a revisar la férrea (e inamovible) organización cerebral.
Hay otro ejemplo. Los neurólogos descubrieron que la incidencia del Alzheimer era menor en personas que realizaban una tarea intelectual a una edad avanzada. Había catedráticos eméritos en activo, escritores que seguían publicando o, simplemente, jubilados que aprendían un nuevo idioma, jugaban al ajedrez o realizaban crucigramas. Este ejercicio cerebral diario y constante bajaba significativamente la incidencia de la enfermedad.
La respuesta está en lo que los neurólogos denominan "reserva cognitiva". Un cerebro entrenado y vigoroso se caracteriza por la redundancia, por las muchas alternativas que presenta ante cualquier reto. Esta capacidad permite "sacrificar" ciertas áreas neuronales sin que apenas tenga consecuencias. En definitiva, la organización cerebral es menos importante que la flexibilidad y frescura sináptica. Los ejemplos expuestos son definitivos. El cerebro "se mueve", está vivo. No es ni podrá ser jamás una máquina.
Los informáticos pueden idear estructuras que imiten la forma y funcionamiento de una red neuronal, pero su plasticidad es imposible de replicar. A la naturaleza le ha llevado millones de años conseguirlo. El asunto es de tal importancia que nuestro cerebro no está hecho sólo de neuronas. Es más: hay unas células diez veces superiores en número, las llamadas células Glia. ¿Su función? Entre otras, dividir las neuronas en "grupos organizados", facilitar que esta organización se pueda reconfigurar y rellenar los huecos que genere esta actividad de cambio y exterminio. Se mueren neuronas constantemente, a miles. Es un sacrificio necesario en aras de la plasticidad.
Pero aún hay más. El cerebro humano presenta una eficiencia energética asombrosa. Tanto es así que, en ocasiones, no parece obedecer las mismas leyes de la termodinámica. Una vez más, lo explicaremos con un ejemplo:
Este enfrentamiento daría para hablar largo y tendido sobre la inteligencia humana y la artificial, pero permítanme detenerme en un aspecto que pasó desapercibido. Los informáticos de IBM tenían que enfrentarse al serio problema del sobrecalentamiento de Deep Blue. Todos sus microprocesadores y chips alcanzaban temperaturas altísimas cuando se enfrascaban en la tarea de computar 50 millones de posibles movimientos de media por turno. Hicieron falta enormes ventiladores para disipar el calor (energía) generado.
Enfrente, un humano. Alguien tuvo la idea de monitorizar la actividad metabólica de Kasparov. Mientras jugaba su temperatura corporal no subió ni medio grado. Tampoco se detectaron alteraciones en el ritmo cardíaco, presión arterial, frecuencia respiratoria o sudoración. Nada. La "máquina Kasparov" demostró una eficacia energética inexplicable. Desde una perspectiva entrópica es algo así como un misterio. El misterio de la vida.
Dos humanos aportan dos microscópicos gametos, dos células haploides, y de esta nimiedad se genera algo como Kasparov. Como usted. Francamente, es asombroso. E imposible de replicar.
Pero la cosa no acaba aquí. Hay otro factor a tener en cuenta: la mayoría del ADN que porta su organismo no es humano. Ni tan siquiera es animal. usted está invadido en cada célula por un ADN antiquísimo, heredado de su madre, y que resguarda en unas protobacterias llamadas mitocondrias. ¿Para qué necesitamos este código genético distinto (ajeno) al que guardamos en el núcleo? No estamos seguros.
Preguntas, preguntas, preguntas... Tenemos más preguntas que respuestas. Por si todo lo expuesto fuera poco, las últimas corrientes de investigación en neurociencia parecen demostrar que la inteligencia (la inteligencia, la cognición, lo que sea que nos defina como humanos) no se circunscribe al Sistema Nervioso Central. La prueba de su carácter eminentemente orgánico la tenemos en el sistema endocrino, el sistema nervioso periférico o en órganos que también participan en los sentidos. La inteligencia es conciencia de un entorno (un hábitat) en el intentamos sobrevivir y dejar descendencia, maximizando los recursos a nuestro alcance. Pero para ello la percepción del ecosistema (también cultural en el hombre) es primordial.
Neurólogos como Antonio Damasio postulan además que hay un continuo diálogo cuerpo/cerebro, tan intenso que ya no hablamos de una dualidad, a la manera de Descartes, sino de una misma cosa. No bastaría con diseñar un ordenador con un trasunto de redes neuronales; habría que inventar algo que hiciera la función de un sistema nervioso autónomo, con la glándula tiroides, los nervios esplácnicos, o ganglios como el celíaco o el mesentérico. Un mal funcionamiento de esos nervios o glándulas tiene efectos en riñones, corazón, sistema digestivo y, en general, en el organismo como un todo. Es bien sabido. Y todo ello cambia la estructura misma de la red neuronal a un nivel microscópico. Una enfermedad de tiroides afecta a la personalidad. ¿Cómo podemos siquiera esbozar un patrón de algo tan complejo?
En los años 60 y 70 pensamos que estábamos cerca de conseguir la Inteligencia Artificial. Se me ocurre un ejemplo que lo ilustra: la ciencia ficción de finales de los setenta tiene como protagonista absoluto la inteligencia artificial: replicantes en Blade Runner, Hal 9.000 en 2001 una odisea en el espacio, los robots de Star Wars, el autómata de Alíen...
En fin, no se han cumplido las previsiones. De hecho, la Inteligencia Artificial apenas ha conseguido avances significativos en 20 años. Y ello a pesar de la progresión en capacidades de procesamiento o memoria. Una nueva familia de materiales superconductores promete importantes avances en este sentido, así como en la conocida como Inteligencia Computacional (IC), que procura salvar la rigidez del algoritmo heurístico utilizando mecanismos adaptativos (Véase “sistemas difusos”, “Computación Evolutiva” o la “Inteligencia de enjambre”. La última tiene que ver con el estudio de sistemas colectivos complejos, como los hormigueros o las colmenas).
¿Se dan cuenta? Por el momento, sólo hemos analizado la forma. ¿Qué pasa con el fondo, con el software? Mucho; pero tranquilos, en lo que sigue seré breve.
El ESP de mi vehículo podría parecer inteligente. En cuestión de microsegundos calcula multitud de parámetros para evitar que el vehículo derrape. Un ejemplo mejor sería el vehículo "Curiosity", que en la actualidad recorre el suelo marciano. Este ingenio tiene un "Sistema Operativo en Tiempo Real (SOTR)", que le permite adaptar su funcionamiento a los imprevistos que pudieran surgir. Esta adaptabilidad, ¿no es sinónimo de inteligencia?
Una característica de cualquier SOTR es su previsibilidad en la asignación de tareas. El Curiosity se desviará de su ruta si es necesario y escogerá el camino más fácil para cumplir su misión y no correr riesgos. El ESP cumplirá también con su función de asegurar una buena trazada en la conducción bajo determinadas circunstancias.
Yo, ser humano, soy imprevisible. Incluso para mí mismo. Es más, puedo optar por decisiones que pongan en riesgo mi integridad física.
Imagine: soy un joven de 20 años y pretendo impresionar a una muchacha con mis dotes como conductor. Para ello, ejecuto una serie de derrapes que hacen que fluya la adrenalina por nuestras venas. Antes, he tenido que desconectar el ESP del vehículo. ¿Por qué hago algo así? No parece un comportamiento precisamente inteligente.
Ha habido homíninos, inteligentes como nosotros, que no han sobrevivido. Dominaban el fuego, tenían cultura lítica (que posiblemente copiamos) y, quizás, hablaban y enterraban a sus muertos. Tenían un sentido trascendente de la existencia. Tenían consciencia. Y desaparecieron. Sobrevivir no es tarea fácil, y la inteligencia es una herramienta para adaptarnos a los imponderables que puedan surgir y buscar alternativas a los desafíos que plantea la vida. Todo ello con una espada de Damocles permanente: la plena conciencia de nuestra propia muerte como seres finitos. El tiempo se vuelve, entonces, algo subjetivo, y los sentidos que nos enlazan con lo que nos rodea ayudan a que pongamos en común con otros cerebros, igual de complejos, un criterio de actuación que da sentido a la vida. Empezando por unas mismas reglas de juego.
Tiempo y compartir. Trascender ¿Recuerdan las últimas palabras del replicante Roy Batty de Blade Runner?
All those moments will be lost in time,like tears in rain.
Time to die.”
"He visto cosas que vosotros no creeríais.Atacar naves en llamas más allá de Orión.He visto brillar rayos C en la oscuridad,cerca de la puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo,Como lágrimas en la lluvia.
Es hora de morir."¿Qué es inteligencia? Esto es inteligencia. Y estamos a años luz de replicarla.Por cierto; este diálogo no aparecía en el guión original. Fue una improvisación del propio actor, Rutger Hauger. Un humano
El problema no es que el Curiosity sea o no capaz de sortear una roca. Lo que el Curiosity jamás podrá hacer es mentir. Tampoco añorar, sentir curiosidad o improvisar un texto como el de Hauger. Este vehículo no puede sacrificar su propia vida en aras de un bien superior, porque no está vivo. No tiene (ni tendrá) conciencia de sí mismo como individuo, insustituible y único. Tan sólo podrá computar, responder a rutinas preestablecidas por programas insertos en su lógica binaria.
Por consiguiente, hay ámbitos del conocimiento inasumibles para un "cerebro cibernético". ¿Por qué? En opinión de Penrose, porque la sinapsis humana actúa con intensidades variables, no fijas, y se rige por leyes de la mecánica cuántica.
El tema entra en un bucle peligroso por su complejidad. Parece probado que hay funciones no pueden simularse por procedimientos computacionales (véase el "problema de la parada" en la máquina de Turing), y hay problemas indemostrables desde la simple lógica matemática (teoremas de la incompletitud de Gödel). Los ordenadores se basan en algoritmos para medir las "complejidades", lo cual los sujeta a una relación de recurrencia; son, por consiguiente, algoritmos recursivos. El problema es precisamente que Gödel ha demostrado que una teoría formal consistente y completa o bien no es recursiva o no es aritmética; y lo demuestra en su "teoría de la completitud semántica", referida a la lógica cuantificacional de primer orden. En este caso se utilizan teorías consistentes y completas, pero no recursivas.
Russell, gran matemático y excelso filósofo, afirmaba que su cerebro "sabía" si una formulación matemática era o no verdadera "por su belleza". Antes de la demostración, que podía requerir semanas de trabajo, Russell sabía que estaba en el buen camino porque algo(intuición) le susurraba que así era. Que tenía armonía y sentido. Que era bello.
La Inteligencia Artificial es, por consiguiente, una entelequia, un imposible a día de hoy. Y creo que lo será por siempre.
Propongo, pues, un cambio de nomenclatura: I.A. no es Inteligencia Artificial. Es Inteligencia Artificiosa.
Y con esto me he ganado la animadversión de todos mis amigos informáticos. Y la de usted, lector, que ha demostrado una paciencia infinita llegando hasta el final ¿mereció la pena?
Espero que sí. Enlace sobre la cloquea
Enlace sobre las células Glia
Antonio Carrillo