23:30. Pongo la alarma del despacho y bajo a la calle. Hoy ha sido una jornada realmente intensiva, tanto que casi se me junta con la de mañana.
23:35. Entro en casa y la encuentro tan vacía que me agobia. Mis hijos se han ido esta mañana a pasar unos días con los abuelos, y casi se me había olvidado. El silencio que me rodea me resulta extraño. En el fondo me hubiera gustado que se quedaran, este mes pasa tan rápido y estoy tan poco con ellos…
23:45. Mi nevera está en estado prevacacional, es decir, no repongo. Un tomate pequeño prestado, un trozo de queso y unos pimientos es lo más apetecible que reposa en sus estantes. También hay unas cuantas salsas exóticas para ensaladas, pero no tengo nada verde sobre que echarlas. No hay nada más triste que comer sola, sin ganas, de restos… y viendo noticias caducadas.
00:00. Zapeo esperando encontrar algo interesante que ver en la televisión, me quedo pillada unos minutos con un reportaje sobre la operación salida de vacaciones, pero me aburre el seguimiento a la familia protagonista. Sé que no debería, ya he estado demasiadas horas ante la pantalla del ordenador, pero no puedo evitar encender el portátil para leer alguno de mis blogs indispensables.
00:55. No tengo remedio. Mañana voy a estar para el arrastre.
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Y queda 1 día, 15 horas, 48 minutos y 19 segundos.