Revista Literatura

Interruptores

Publicado el 25 noviembre 2011 por Gasolinero

En mis recurridos años de gasolinero las veladas petroleras del verano eran amenizadas por los camiones de la alfalfa. Durante el estío era mucho el trasiego de ese forraje desde nuestra Mancha a los lugares de ganadería vacuna, Extremadura, Salamanca, Ávila, etcétera. Los paquetes de hierba eran transportados en camiones conducidos por hombres que calzaban generalmente botas camperas y fumaban tagarninas coruñesas de la marca Farias, casi siempre medio apagadas.

Solían ser autos viejos, de aquellos camioneros antiguos que tanta fama le dieron al pueblo. Hubo uno que con el dinero de la venta de una carga de la gramínea se fue a la feria de Córdoba, comprose un traje blanco y un sombrero y los días que duro la fiesta, anduvo montado en calesa. Si le preguntaban decía que se llamaba don Antonio Chacón. Cuando se le acabaron los cuartos se vino al pueblo, en su casa no le dijo nadie nada. Era él quien mandaba.

Recuerdo a uno, desertor del arado, cómo entonces se decía. Tenía tierras y un Seat 850, encima casó bien, pero como era más golfo que una baraja acabó con una mano delante y otra detrás, teniendo que meterse de camionero mercenario. Le llamaban «Puntapuro» por la altura. Otros le decían «Pantalones» porque siempre llevaba esta prenda más abajo del coxis. Era hermano de uno, ya fallecido, al que apodaban «el Mudo» pues no paraba de hablar. Largaba más que un fajero, era un alabancioso, sólo hablaba de sí mismo; ladeaba mucho la boca. Una vez se juntó con «Bigote» el de Argamasilla en un camino, cada uno en el sentido contrario del otro y ninguno se quería apartar. «el Mudo» empezó a ladrar y «Bigote» le dio con la llave de una casa de las viñas, o de un bombo, en el cogote, dejándolo tirado en el suelo y echando sangre como un perro. Afortunadamente lo encontraron y de aquella libró.

Éste «Puntapuro» que digo, se colocó de chófer con «el Yesero», uno que tenía muchos hijos y varios camiones viejos y que vestía siempre de traje, aunque condujese el camión, pero sin corbata. Eso sí, calzaba botas camperas, no de piel vuelta como sus compañeros de oficio, las llevaba negras y brillantes, parecían de charol. Estaba casado de segundas con una frescachona, tenía hijos de las dos mujeres pero a los de la segunda los atendía mejor. Era una mala vasija y trataba malamente a «Puntapuro», recordándole siempre su pasado.

En los camiones junto al conductor, iba un ayudante para descargar las pacas. Nuestro amigo llevaba siempre a Francisco, uno que era cuco. Los cucos son una etnia, o como se diga, de gentes rubias y achaparradas, muy valientes y hábiles para las faenas agrícolas; no se casan, se amanceban y viven en el barrio de los gitanos. Hablan como los calés de Cruz y Raya. Francisco no tenía carnet de conducir, pero a pesar de ello se quería comprar un coche. Un seiscientos que tenía «Pelocabra» de muy buen ver la la chatarrería.

—Cómprate un Dyane, Francisco.

—¡Yo no quiero el cambio de garrota!

Una noche llegaron «Puntapuro» y el cuco a repostar. Mientras se llenaba el depósito estuvimos de parleta. Le pedí un cigarrillo al chófer y me dijo que tenía el paquete en la cabina del camión. Al subirme al auto a por la cajetilla, le dí un rodillazo al interruptor de las luces, que iba en el volante, arrancándolo de cuajo. Me sentó mal el accidente, alterándome el ánimo. El conductor me dijo que no me preocupase, pues «nadie se iba enterar que había roto la llave de las luces».

A la noche siguiente fue a repostar el jefe, que no sé si os he dicho que se parecía a Roberto Carlos el cantante, con su traje negro, sus botas zainas y su medía sonrisa. Cuando se apeo del auto me dijo:

—Llena el depósito, rompe-llaves.

www.youtube.com/watch?v=cAfP5BMKgjc


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