Y al otro lado de la ventana, nada de nada, blanco desolador. No levanto nunca persianas ni cortinas. Detrás de la puerta, cero. Negro pertinaz de inexistencia. ¿Para qué abrir el pestillo? Pero aún está la mirilla que olvidé tapar en su momento y el vacío me observa desde ella. Este tiene un poder succionador que tira de mí y a veces casi consigue arrastrarme. Me evado leyendo frente a la chimenea apagada. Poco tiempo. Casi siempre me levanto y pego el oído al tabique intentando oír algo pero sólo consigo una mejilla helada. Y es que desde que la emparedé, el frío es insoportable.
Torcuato González Toval