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Invisible

Publicado el 13 agosto 2010 por Javierzulax
Paul Auster
Un estrechón de manos en la primavera del 67 iba a dar un giro a la vida de Adam Walker. Desde un principio percibió Adam algo en Rudolf Born, un enigmático profesor que trata de imponer el magnetismo de su persona ante lo repulsivo de su temperamento.
Invisible es una historia escrita por sus propios protagonistas, quienes por su proximidad a la trama y al resto de personajes son partícipes del relato a la vez que narradores casuales. Es una dualidad apasionante en la que Paul Auster gusta sumergirse arrastrando al lector a lo más hondo de la personalidad, valores, moral y percepción de sus personajes. En Invisible, cuatro partes con distintos enfoques narrativos se suceden para hilar una novela muy controvertida canalizada por temas como la lealtad, el sexo, la temporalidad de la vida, la culpa o la política. Un relato trenzado por personajes imperfectos que se convierten por caprichos del destino en narradores accidentales de una entretenidísima novela de intriga.
A continuación reproduzco uno de los fragmentos más eléctricos, eróticos y contundentes del libro, donde Auster describe con total crudeza los placeres carnales en los que se ve envuelto el protagonista:
"... Un momento después, dejás también tu vaso. Os recostáis los dos en el sofá, y Gwyn te coge de la mano, entrelazando sus dedos con los tuyos. Te pregunta: ¿Tienes miedo? Le contestas que no, no tienes miedo, eres sumamente feliz. Yo también, afirma ella, y entonces te besa en la mejilla, con mucha delicadeza, no más que una leve caricia, el simple roce de sus labios sobre tu piel. Comprendes que todo debe ir muy despacio, intensificándose poco a poco, que durante largo rato será una danza del sí y el no, indecisa y vacilante, y lo prefieres así, porque si alguno se arrepintiera, habrá tiempo de dar marcha atrás y suspenderlo. La mayoría de las veces, lo que estimula la imaginación es mejor que no pase de ahí, y Gwyn es consciente de eso, es lo bastante sabia para comprender que la distancia entre el pensamiento y la acción puede ser enorme, un abismo tan grande como el mundo mismo. De modo que tanteáis el terreno cautelosamente, pasito a pasito, recorriéndoos la nuca con la boca, rozándoos mutuamente los labios, pero durante muchos minutos no los abrís, y aunque estáis enlazados en estrecho abrazo, no movéis las manos. Pasa más de media hora, y ninguno de los dos muestra inclinación por dejarlo. Y luego tu hermana entreabre la boca. Entonces es cuando tú separas los labios, y juntos os precipitáis de cabeza hacia la noche.
Ya no hay reglas. El gran experimento fue un suceso único, pero ahora que tenéis más de veinte años, las limitaciones de vuestro retozo adolescente ya no rigen, y seguís haciendo el amor durante los treinta y cuatro días siguientes, hasta el mismo momento en que te marchas a París. Tu hermana toma la píldora, hay cremas y gelatinas en el cajón de su escritorio, condones a tu disposición, y sabéis que estáis protegidos, que lo innombrable nunca pasará, y por tanto podéis hacer de todo y cualquier cosa sin miedo a destrozaros la vida."
Invisible
Lee aquí una crítica de la novela.



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