Solía soportar la soledad tomando aquella seta, era bella como pocas. La encontraba siempre surgiendo entre las hojas caídas de los pinos, sólo dos o tres ejemplares le servían. A veces dejaba secar alguna más, por si la temporada acabase de repente. Se tumbaba en aquella cabaña abandonada y empezaba el espectáculo. Las paredes de madera engordaban y tomaban un color ceniciento, entonces venía de arriba la luz, como la aurora boreal, era una sensación maravillosa. La luz le envolvía y era capaz de ver a los espíritus del bosque, éstos le hablaban y le indicaban que les siguiera, pero él no quería salir de aquella cabaña. La experiencia de otras veces, allá en algún lugar recóndito de su cerebro, le decía que era muy peligroso salir de allí. Entonces entablaba una lucha, algunas veces ganaban aquellos espíritus y le transportaban por el aire hasta un lugar desconocido, del que le tomaba muchas horas, incluso días de salir de él.
Amanita muscaria
Tomada en la Sierra de la Demanda. Burgos