Revista Literatura

Isolda y tristán

Publicado el 11 octubre 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz

"Por qué no se lo dicen", pregunta, exclama en realidad, el hombre maduro (pendiente de las imágenes del televisor de pantalla curva) al que no le falta la mano que Marke, en la película Tristán e Isolda, ha perdido de joven para salvar la vida de Tristán, quien, años más tarde, vence en un torneo de campeones al último rival, al más taimado. Pero el premio, Isolda, no será para el caballero: deberá entregarla a Marke, su señor.

"Por qué", insiste el cuarentón arrellanado en el sofá; en la mano que a él no le falta la mano de una rubia de la edad de Isolda, también a su lado un hombre de la edad de Tristán.

"Marke no sabe que Isolda y Tristán se aman ", habla de nuevo el calvo, añade: "Y quiere a Tristán como a un hijo. Bastarían unas palabras de Tristán, o unas palabras de Isolda, ya que ese imbécil continúa callado en nombre de la lealtad o de qué sé yo, seguro que después acabará poniéndole los cuernos en nombre de la pasión, para que el manco bendijera ese amor entre ambos. El problema de la incomunicación, sí, un recoveco más en el laberinto humano de la existencia".

La rubia mira al joven, le pregunta en silencio, con los ojos: Por qué no se lo decimos.

(Para Irlanda, en su mágico reino de hadas y duendes, y para la divertida y romántica canelaimiel, la que más comentarios me regala desde la provincia andaluza donde se rodaron tantas películas del oeste americano, tantos spaghetti western como El bueno, el feo y el malo)

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