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IV República

Publicado el 13 diciembre 2011 por Vigilis @vigilis

Cabe considerar que los mayores enemigos hoy de la república son toda esa purrela de rancios que salen a la calle reivindicando una copia del Frente Popular, y esto da lugar a errores de interpretación sobre lo que debe ser un régimen republicano español.
Es por ello que conviene marcar distancias y, si ellos reivindican una III República como copia idealizada del experimento de los años 30, quienes pensamos en la república y no queremos que se nos relacione con ellos, quizás conviene que empecemos a hablar de la IV República si es que el debate real llega a producirse.

IV República


Este debate, tan socorrido en esta España con tantas deudas impagadas, está, pues, viciado. Abramos las ventanas y dejemos airear la casa. Pongamos sobre la mesa no ya los pros y contras del cambio de forma de Estado, sino un debate sereno sobre qué significa ser ciudadano. Qué significa la república no como sistema que lleve en su entraña una obligatoria ideología, sino como un ambiente cívico (de civitas, base de la civilización y punto opuesto a la barbarie) acorde con las mayores cotas de convivencia y tolerancia y, por qué no, de ilustración ciudadana.

Si todos estamos de acuerdo en que la apariencia democrática conlleva un régimen de libertades aceptables, no tengamos miedo a profundizar en el camino de la libertad de elegir. Es decir, en el camino democrático, que es el cívico y por tanto el republicano.

IV República


No se trata de evaluar pros y contras, insisto. Es más, paradójicamente no se trata de elegir democráticamente o vía referendum la forma de Estado, como quien pide a su novia una recomendación sobre qué corbata ponerse. Se trata de mirarnos en el espejo y valorar si ya somos adultos o por el contrario seguimos impedidos de cruzar la calle solos. No cabe pues aludir a una continuidad dinástica como una tradición más a conservar: el garrote vil también fue una tradición estupenda. No se trata tampoco de aludir a la estabilidad que proporciona una jefatura de estado no electa, ya que si esto fuera así, en aras de la estabilidad se podría argumentar contra cualquier proceso democrático. Tampoco viene a cuento -por el amor de Dios- siquiera citar a ese dictadorzuelo regordete de la España subdesarrollada de mediados del siglo pasado. Si se habla de IV República, todos estos temas han de situarse fuera del debate. La IV República no viene a criticar a la monarquía, pues sería colocarla a su mismo nivel y por tanto entrar en un juego de comparaciones absurdas. La IV llama a la puerta para preguntar a la nación si está lista para dejar atrás la infancia.

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Ya sé que es poco el daño que hace la monarquía a la nación. Pero este daño existe. Y este daño está disminuido tan solo porque el ciudadano ha comido terreno, a costa de muchas cosas, estamos de acuerdo, pero aún así, todo terreno que pierda la monarquía es terreno ganado por la nación.

Evitemos pues, debates anecdóticos cuando tratemos de la IV República. No hablemos de la redacción exacta de un artículo de una onírica constitución. No hablemos del cambio de nombre de los clubes de fútbol. No hablemos ni siquiera de leyes electorales. Todos estos temas se pueden dar perfectamente bajo el actual régimen, no son temas que tengan que ver con la madurez de la nación española.

Si queremos hablar de república, hablemos de la nación. Ya que es la nación la protagonista de su devenir histórico. Siempre lo fue: sólo han cambiado los medios. Y ya que menciono la historia -cosa inevitable cuando se habla de la nación-, tengamos presente que cualquier intento de rotura con la historia -el sueño húmedo de todo totalitario- es el principal enemigo de la idea republicana.

Yo he venido a la República, como otros muchos, movido por la entusiasta esperanza de que, por fin, al cabo de centurias se iba a permitir a nuestro pueblo, a la espontaneidad nacional, corregir su propia fortuna, regularse a sí mismo, como hace todo organismo sano; rearticular sus impulsos en plena holgura, sin violencia de nadie, de suerte, que en nuestra sociedad cada individuo y cada grupo fuesen auténticamente lo que son, sin quedar, por la presión o el favor, deformada su sincera realidad.
Eso es lo que significaba para mí eso que algunos llaman "simple cambio de forma de gobierno", y que es, a mi juicio, transformación mucho más honda y sustanciosa que todos los aditamentos espectaculares que quieran añadirle los arbitrarios y angostos programas de angostísimos partidos.

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