En últimas, bien mirado, el único sentimiento que hay es la soledad. Lo único que vale la pena. Todos los demás son inútiles intentos por cubrir esto. Como cientos de ridículos gorros tratando de tapar una cabeza imposible. El amor, el odio, la patria, el equipo, la banda, son sólo diferentes sucursales de uno mismo. Haciéndose más grande, haciéndose más pequeño, mirándose desde otro lado. Hasta los hijos, ese logro de la naturaleza sobre nuestro egoísmo, terminan siendo lo mismo, es decir: MIS hijos. Quitarse todo eso por las buenas, en franca renuncia, o por las malas cuando la fulana o el fulano se van (o peor, se quedan). Eso es un agradable aterrizaje, y más vale aterrizar rápido cuando el avión viene fallando.
Lo que hace más dramático el asunto es que a pesar que lo tenemos todo ahora para hacerle frente a este único sentimiento verdadero, más bien le huimos. Hasta que el espejo (en la forma de un buen libro o un santo) nos muestras lo solo (y lo feo) que estamos. Como el chiste: Amor, amor si quede bien maquillada? Y el esposo: no, todavía se te ve la cara. Ante el sabio, ante lo real, no hay maquillaje que tape.Y ahí empieza lo bueno.