Conforme pasan los días, las formas definen sus límites originales. Todo vuelve a estar en orden en tu cabeza. Apenas queda dolor ya, ni pena alguna. Al fin puedo ver con más o menos claridad. Es el decir, no habrá más ojos empañados por estos lares. Es el saber que todo lo que sentía por ti permanece en un estado ingrávido, en alguna parte entre el cero y el cero con uno, el estar segura de que así se va a quedar. Arrepentirse es bien inútil, pero entiende que no compensa. Que por muchos buenos tiempos que hayamos pasado, el fin justifica los medios, y no, no me vale la pena. Qué importa el contenido si el desenlace no va al compás. Un buen final implica unos buenos medios, y el nuestro no fue del caso. Fue un final decisivo, como si un vaso de agua cae de pronto, sin fuerza aparente que lo mueva, sobre una hoja de papel donde teníamos todo escrito. Sólo bastaron segundos para que el agua lo borrara todo. Y el agua levemente teñida resbaló por el borde de la mesa hasta alcanzar el suelo. ¿Cuánto pasa hasta que se evapora este agua, y se pierde su pista por completo? Quién sabe. Depende de tantas cosas. Hay veces que marchará antes, otras tardará más. Y quizás, y sólo quizás, para que desaparezca alguien tendrá que resbalarse en el charco. Pues bien, el agua que tú dejaste caer sobre mí me inundó entera, no lentamente sino de una vez, sin apenas dejarme coger un aliento antes de que me sumergiera hasta el fondo. Sin embargo al lograr salir a la superficie, cada lágrima se quedó camuflada para siempre en aquel pequeño mar. Me las quitaste todas, hazte un collar si quieres.
Te he de decir ahora, no queda rastro de líquido alguno que perturbe ya ni mi psique ni mi cuerpo.
Quería un jaque mate, un final digno, pero no esto. Ahora entiendo el abúlico gesto que te hacía huír de mí los últimos días cual rata escurridiza. Me pido perdón a mí misma por confiar, por esperar que entre los dos se discutirían los problemas si hubieran surgido, que se expondrían con calma y claridad en el sentido más despejado. Comunicación y esas cosas, vaya. Me pido pues, perdón a mi misma. Porque no sé quién o qué cosa estaba tras mis ojos mirándote, no era yo.
Todas las preguntas que me formulé, muestras de que nunca te he llegado a conocer. Sólo veía tu parte más externa, tenues pinceladas. Pero tú en tu ser absoluto, permaneciste oculto todo este tiempo bajo un disfraz que se me antoja ahora tan burlesco como lo que realmente eres.
Nunca fuiste mío, pero yo fui tuya en todo momento. Te pensaba la mitad del tiempo y te sufría el resto. No hace mucho escribí sobre ti: "Soy una montaña rusa que ha descarrilado y ya no sigue el recorrido. Contigo era eso: a veces mejor, otras peor. Tu carácter dejaba mucho que desear. Eras raro, distante, pero cariñoso y romántico, y poco detallista, y normalmente no te dabas cuenta de las cosas, pero yo sabía que era tu forma de ser y no me preocupaba pues no lo hacías a propósito. Un día te lo dije, que no había un sólo tú, sino muchos. Cada día uno. Eras un sí y un no, casi nada y casi todo, nunca siempre y nada seguro. Y pasa lo que pasa, que todo cambia porque todo se mueve, y que a más ilusiones mayor es la caída."
Te quise en todas tus contradicciones. Esquivando cada uno de tus fallos, te quise. No fuiste ni de lejos el mejor, tampoco hacía falta, porque el amor aparte de ciego es sordo, mudo y tetrapléjico. Dijimos amarnos, me autoconvencí de que así era, pero ahora sé, no estábamos sino sintiendo la idea que se tiene del amor. El concepto generalizado que nos graban en el cerebro como se marcan a las vacas. No es amor querer a una persona. No es amor desear estar con él en cualquier momento, chasquear los dedos y que aparezca abrazándote por la cintura. No son amor el sexo y el deseo. No es amor ir cogidos de la mano por la calle. No son amor las palabras bonitas ni las caricias en la cara. No es amor el beso en el cuello, ni en la frente. No es amor girar entorno a la vida del otro. No es amor basar tu felicidad en la suya. Repito que no es amor querer a una persona. No es amor nada de eso, no te engañes. Y te aseguro, que me gustaría venir y decirte la verdad, lo que en el fondo esconde esta palabra. Pero no lo sé. Todavía. Y llámame romántica, novelera, llámame lo que te salga, pero lo único que tengo claro sobre el amor es que su final reside en la propia tumba. Sino acaba ahí, no es amar sino que es querer.
Lo nuestro fue un querer, que ocupó todo un verano.
Fue mas bien un obstáculo. Así lo creo pero, los obstáculos, se acaban por saltar y se dejan atrás. Y mira, la carrera continúa. Igual que dejamos atrás las palabras brujas, y las palabras todas. Ni aquellos "te quiero, te adoro, te amo muchísimo", ni siquiera el "me gustaría parar el mundo y quedarme aquí contigo para siempre", nada de eso o los susurros más bellos que me dedicaras podrían pagar tu silencio de hoy. Una vez quise que me explicaras cómo ocurrió esto de pasar del más preciado verbo al mutismo limpio, pero no hay que tener gran talento para reconocer que la palabrería se mueve por el terreno, y el pico está a la orden del día. Igualmente me he debido de acostumbrar a la ausencia de tu voz, no tengo ni el mínimo anhelo de ella ni escucha que dedicarle.
Al igual que la palabra amor, he de decirte que el odio está sobrevalorado. Mira, nunca he odiado (ni amado), ya que a pesar de mi expectación hacia los extremos en esta vida, pienso que son repugnantes. Así pues, perdonar es la clave para avanzar, primero como individuo y luego como todo lo demás. Siempre, siempre lo he tenido claro. Perdonar, como dije, no es olvidar ni mucho menos, es mover ficha.
Sólo quiero que sepas que no te conozco, no sé quien eres, en qué te has convertido o quién fingiste ser. Y que, si esto es a lo que llaman amor,
no me interesa.