El selfie definitivo con nuestra amiga Amparo, en el centro de la foto. Qué bien lo pasemos
En este raro experimento de hacer un post diario para conseguir nada, todo muy zen, a Eduardo Laporte le solté el chascarrillo de hacer un cruce de blogs: que me dejara fabricar el macropost "Hs" (notación de matrícula de coche) tan coincidente, tan "HSara", tan "HSerendipias". Otra gran idea para hacerse millonario que se nos cae por el retrete.
Y es que este escritor, periodista cultural, buena persona a pesar de ser rubio, es el único individuo sobre el planeta Tierra que ha conseguido dos cosas históricas: uno, que hiciera mi primer taller literario (de narrativa) y dos, que me quedara minutos enteros mirando una hoja en blanco, con el bailoteo del cursor sobre las retinas, para después cerrar el documento en las mismas condiciones de blanco.
Con la excusa azarosa de la serie HS, pretendía soltar mis loas dramáticas, tipo agradecimiento llorica y ensimismado, porque creo que no he insistido lo suficiente en el punto de inflexión de ese taller. Fue también una decisión casual, en apariencia inofensiva, por el subtítulo de escritura autobiográfica (y de la observación). Como lectora de Laporte, qué mejor que él para explicar sobre el tema.
En el segundo ejercicio, la parte teórica nos hablaba de Georges Perec y su "Je me souviens", o Me acuerdo, y la forma de contar en un listado la propia biografía. Idea que Perec tomó de Joe Brainard y su I Remember. Brainard como la referencia explicada hasta el hartazgo, en todas las entrevistas, para el desarrollo de la magistral segunda parte de Alabanza, que suman un total de 25 + 100 me acuerdos lanzados a bocajarro como otra manera de contar el pasado, usando el presente.
A día de hoy, sigo con mi dislexia afrancesada, leo mal, digo mal en mi cabeza, ye me suvenirs, souvenirs leo, no sé por qué, siempre, y no es eso, o quizá sí, que la memoria es nuestro recordatorio turístico del tiempo que han soportado vivas las células propias, ye me qué, si hay pocas cosas en el olvido.
En ese ejercicio me bloqueé. Es la primera vez que me pasa, le replicaba, entre sorprendida y furiosa, a mi profe. Descubrí a las malas la primera frontera real (que no es el folio en blanco como de manera gilipollesca repiten los manuales) sino el tener tanto que decir como para no saber si hay que decirlo.
Para cada ejercicio había una semana de plazo; pasaba un día, y otro, y otro más, volvía del trabajo en la radio y ahí seguía el maldito documento de ordenador, ya guardado con su nombre, pero vacío. Taconeo del cursor. Porque la narración empezaba con el primer recuerdo de todos (a los 8 meses de vida) y se prolongaba hasta el momento presente, con algún detalle necesario para mí pero innecesario para la posible reputación frente al destinatario encargado de corregir (y opinar y juzgar el texto).
Al tercer día llegó la avalancha. Fue en una pausa que salí de redacción, observé el rastro de cenizas y la colilla recién aplastada, me di cuenta de que el vaso de plástico con café me abrasaba la mano y al mismo tiempo sopló una racha helada de viento; la lista empezó a desplegarse de manera independiente en mi cabeza, punto a punto, uno a uno. Demoré otros cinco minutos más para memorizarla, porque al volver a la oficina tendría que ocuparme de otras cosas.
Esa noche llegó la misma rutina de los días precedentes, hacer clic en el archivo con el nombre ya puesto, observar el amenazador espacio blanco, pero esta vez transcribí la lista que ya me había aprendido de memoria. Ganó el lado de estas líneas hay que escribirlas, aunque le importen una mísmisa mierda a nadie.
El documento final ocupó 8 folios de souvenirs apretados, de los que saqué (como pude) la versión "oficial", esto es, ajustada al espacio indicado para el ejercicio.
Cruzar esa frontera, ese límite, o más bien, ser consciente del cruce, supuso desprenderse de la última (y única) cadena acumulada durante años con respecto a la escritura; de hecho, sin ese ejercicio concreto, o más, sin ese taller de principio a fin, Los versos del hambre jamás hubiesen existido.
Este es el tipo de deuda, la de favor inmaterial que nadie sabe que se les debe (y aunque lo sepa, no puede llegar a comprender la transcendencia total de algo tan abstracto) que suelo contraer con el resto de personas.
Al próximo bocata de calamares invito yo.
Je me souviens - versión oficial -- Me acuerdo de que lo primer, primero de todo fue una habitación alta con unas cortinas de tejido "mexicano", ese de colores.- Me acuerdo de cuando me contarón después que en esa casa y esa habitación tenía 8 meses, que era imposible que pudiera acordarme. Pero sí.- Me acuerdo del primer reloj de pulsera, un casio digital color chocolate, regalo de mi abuelo.- Me acuerdo de cómo me lo ajusté automáticamente en la muñeca derecha. ¿Eres zurda? ¡Soy diestra, por eso me lo pongo en la derecha! Así hasta hoy.- Me acuerdo de la primera esclava de plata (pulsera grabada) que me regaló por mi cumpleaños una persona muy esepcial. Recuerdo que meses después la perdí en el mar, misteriosamente, cuando nadaba. Al día siguiente esa persona murió. - Me acuerdo del pique en clase entre fans de Caballeros del Zodiaco y/o fans de Bola de Dragón. A mí me gustaban mucho las dos series, por igual.- Me acuerdo de la gran decepción cuando mi Caballero de Oro resultó que era el más mariconsón de todo el Zodiaco, el de apariencia más débil.- Me acuerdo de la lesión en el tobillo izquierdo por sudar con todos los capítulos de Fama. - Me acuerdo de una de mis mejores amigas, Clara, y de cómo me habló de un sitio llamado "Conservatorio" donde te enseñaban Ballet. Pensaba que esas escuelas eran cosa de la televisión o que sólo estaban en América. - Me acuerdo de que no pude apuntarme a las clases oficiales por ser mayor de 11 años, pero me apunté a la escuela particular de Silvia Ros. Y aprendí Ballet. Y me compré unos calentadores morados.- Me acuerdo del primer poema "oficial" que escribí por la época del Ballet. Recuerdo haberlo guardado y sé dónde está el original manuscrito. 1991.- Me acuerdo de la máquina de escribir-electrónica-con pantalla LCD y justificado de párrafos automático que me regaló mi abuelo. Una modernidad cuando todavía no eran tan comunes los ordenadores + impresoras. Gasté la tinta en tres semanas transcribiendo todos los poemas y relatos que tenía escritos a mano. Me regañaron por escribir tanto.- Me acuerdo de los 10 minutos de terror mirando una bombona de butano, porque mi cerebro no se acordaba del nombre bombona de butano. - Me acuerdo de que cada vez que he escrito lo que quiero escribir de verdad, alguien se enfada, se escandaliza o me manda a la mierda.- Me acuerdo de la primera vez que te vi.- Me acuerdo de cuando dijiste Te quiero y grité ¡¡Mentira!! y salí corriendo.- Me acuerdo de cuando grité ¡Te quiero! y respondiste vete a la puta mierda.- Me acuerdo de las conversaciones de MSN que copiaba y guardaba y releía como un tesoro. El ordenador azul se las tragó. Odio el azul.- Me acuerdo de esa frase Estoy absorto/a contemplando el infinito.