Escarba entre la ropa interior, revolviéndolo todo, y con ello, el reloj, los preservativos, las viejas agendas, los cuadernitos… y las encuentra.
Es que no le brotaban ya en los ojos y necesitaba saber qué iba a terminar antes, si el universo con todos sus mundos, o el tiempo dejando en pelotas a todas sus saetas.
Y luego ya cayó la noche, y por la autopista de la vida, nos fue ya deteniendo algún peaje, y seguimos por esa línea discontinua que nos marcan las venas, o le dimos al acelerador siguiendo por otra línea pero ya cada vez más continua.
Al abrir los ojos y despertar, todo estaba sucio, como si la rutina con su desparpajo se hubiese divertido a no pasarle el plumero a la pelusa acumulada en esas tardes de octubre que muerden el polen de los dientes de león.- Maldito Karma- dijiste, cuando al besarte te decía con un gesto de la mano izquierda, moviendo la mano en forma de caracolillo, que en otra vida nos veríamos.
- No habrá otra vida, ¿verdad?- preguntaste con un mohín de incertidumbre.
- No lo sé, - respondí- eres tú quien crees en estas cosas, alma de luz…, de cántaro.
Caminando bajo esta lluvia otoñal que juega al quita y pon como la montaña rusa de las emociones, veo el mantel puesto en aquella mesa en la que nos comimos las perdices de manera precoz en el érase una vez y con pimiento colorín colorao, con una salsa en escabeche, y claro, se nos quedó la felicidad a medias y por terminar y no logramos cumplir esas promesas, (aunque como la mayoría), las nuestras también se parecían a las de un domingo por la tarde para un lunes o a las de un uno de enero y con resaca.
¿Amanecerá de nuevo? - me pregunto.
Sí, - me contesto.
Pero hace siglos que no por eso ya me levanto más temprano.
Y es que el Mar, cuando lo miro, sigue en su sitio.
Y como todo lo primordial sigue ahí,
el resto... p'al carajo.
La culpa es de cada ola, fijo, que sigue revolc-ándonos en cada una y todas sus resacas sin fin.