Joder qué gritos

Gritos mañaneros, gritos tempraneros, gritos y más gritos.
Apenas amanece, salgo temprano a pasear los perritos, disfrutando del efímero frescor mañanero,  de la quietud de la ciudad dormida,  en la que cualquier susurro se convierte en grito.
Me acompañan en el paseo susurros de placer,  susurros de pesadilla,  susurros de amar la cama cinco minutos más, susurros de cafetera herida,  frótame el jabón de la espalda.
Al doblar la esquina los susurros se tornan gritos.
El sol deja de susurrar obscenidades a la Luna por el horizonte y grita un nuevo día.
No son susurros de amanecida:  son berros, estentóreos y genuinos gritos pordioseros.
Gritos, gritos.  Gritos, que me joden el silencio  como se hunde la historia en el pecio.
Grita el que está jodido.
Grita el que imita al grito del vecino.
Grita el que está jodiendo.
Grita al que han jodido.
Grita la puerta que se esteá rompiendo.
Gritan los que van a joder,
con cariño,
al prójimo,
o por placer. ¡Joder, cómo grita otra vez! No lo aguanto:
¡Silencio! -grito- ¡Joder!
Me despido gritando.
Me chistan.
Lo sé.