Revista Literatura
Ocho años son muchos...y es un secreto que llevo guardado junto a mí demasiado tiempo. Eres con diferencia uno de los mejores escritores que he conocido y que he tenido el placer de leer. Contigo he llorado, pataleado, me he exicitado hasta el punto de que mi cuerpo se ha negado a obedecerme, he soñado, reído, suspirado...sabes que todo eso viniendo de mi son palabras mayores.
Sé que ha sido una guarrada muy típica de mí, mentirte y decirte que lo detestaba y me aburría, que te dedicaras a hacer dibujitos, que no vaías...todo mentira, me gustaba demasiado para reconocerlo; ya me conoces. Pues bien, de ahora en adelante y cuando menos te lo esperes y a mí más me apetezca subiré con o sin tu permiso cosas que me has escrito a mí y solo a mí, para hacer estremecer a toda la gente que lee mi blog.
A ellos, os deseo que disfrutéis y que mmm sintáis lo mismo que yo, a tí mi chico triste que miraba el infinito te diré simplemente que te quiero.
Sientes como se acerca, cada vez más caliente, más húmedo.
Cierras los ojos con el objetivo de aumentar la sensibilidad en tu piel.
Intentas concentrar tus sentidos en el puro placer. Te mueres tan solo de
imaginarlo.
Empieza justo en tu comisura de tu boca, casi tienes que
esforzarte para sentir el roce de los labios ajenos. Ni si quiera sabes si esa
sensación existe o la estás imaginando. Se desliza hacia tu cuello, dibujando
tus pómulos. Se vuelve más real y calida, y aun es mejor cuando escuchas el
jadeo que inevitablemente se escapa del objeto de tu placer. Acaricia tu cuerpo
con sus manos y sabe como hacerlo. Te envuelve por completo.
Siluetea en tu cuello arrastrándose hacia tu pecho. Eróticos
movimientos impulsados por la propia excitación invaden tu cuerpo, lentos y
sinuosos. Sientes su cuerpo sobre el tuyo a intervalos desiguales y caóticos.
Perfila tus pezones con su lengua. Y se detiene a jugar con tus sensaciones.
Notas como su aliento rediseña tu cuerpo, lo convierte en silueta del placer.
En la manifestación corpórea de algo precioso y prohibido.
Quieres entrar. Lo necesitas. Y ella quiere sentirte desde
dentro, pero alargas la espera jugando con el deseo, arriesgando el poco juicio
del que ya no puedes hacer gala. Sin darte cuenta ha llegado hasta tu vientre.
Tu respiración se entrecorta, no importa cuanto te esfuerces en intentar que no
note la excitación que te corroe.
Posa sus manos sobre tus caderas y mientras la calida y
morbosa caricia se desliza, más abajo desde tu ombligo hacia tu cadera, atrae con fuerza tu pelvis hacia sus labios.
Sigue el camino que lleva hasta el centro nervioso de tu delicia. Más cerca del
animal que de tu humanidad, tu sexo es suyo.