Revista Literatura

Juegos de guerra

Publicado el 16 mayo 2013 por Netomancia @netomancia
El último martillazo enterró la estaca bien profundo en la tierra. Por las dudas intentó moverla con sus manos, pero fue en vano. El golpe había sido certero.
Se quitó el sudor de la frente y volvió al campamento. Nadie le prestó atención a su llegada.
- La trampa está puesta - advirtió.
Fue suficiente para que el resto comprendiera. Alguien dio aviso al operador de radio, que de inmediato llamó al campamento vecino. La excusa elegida con antelación era una reunión para definir los días de caza en la zona del lago
A la hora pautada la caravana vecina quedó atrapada en una fosa de cinco metros de profundidad. Las hojas de palmeras, al desprenderse de la estaca que las contenía, cubrieron el sitio evitando cualquier intento de fuga.
Recién cuando cayó la noche, fueron a buscarlos. Sabían que estarían furiosos, pero también agotados por los nervios y los intentos de salir de la trampa. No fue difícil reducirlos y llevarlos prisioneros al campamento.
- Ahora son nuestros prisioneros. Mañana tomaremos el campamento y avanzaremos hacia las colinas - fue la única vez que les hablaron.
Una vez tomado el lugar, parte del grupo se trasladó hasta allí, reforzando las defensas.
- Solo nos faltan tres campamentos más para llegar a la meta - comentó alguien, sentado frente a una computadora portátil.
- La estrategia de parecer buenos vecinos ya no volverá a funcionar.
- El próximo ataque será sin tantas vueltas.
- ¿Cuánto es nuestro turno?
- Falta. Ahora deben estar moviendo los azules. Después los verdes, los rojos, los amarillos y recién otra vez nosotros.
El silencio avanzó sobre la charla. Uno de ellos se fue a dormir.
- Si toca defendernos, avisen - dijo antes de desaparecer en el interior de una carpa.
Una leve bruma pretendía, sin suerte, envolver al campamento. Los pocos despiertos, se mantenían atentos. Otros, soñaban con un triunfo entre ronquido y ronquido.
La noche traería otro día y el día, una nueva chance de ganar. Sin dados, sin cartas, sin fichas. En un mano a mano, y sobre un tablero donde la sangre era todo lo real que podía ser.

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