En este jueves de agosto se prevé que el mercurio haga reventar los termómetros. El calor va a ser sofocante, o eso dicen los augures atmosféricos. El desconsuelo y ese mirarse la punta de los zapatos como si allí estuviera la solución, hace que la temperatura ambiente suba aún más, hasta la ebullición. Pero ni nos irrita, ni se nos sube la sangre a la cabeza como si fuésemos personajes de un drama de Tennesse Williams, no. Estamos más aplatanados que una estrofa de Bob Marley.
La demagogia, especialmente esta semana en la que se van a fundir los llamadores de las puertas, corre desbocada, como puta por rastrojo. Hay quien se envuelve en consignas, la coraza que les libra de dar explicaciones coherentes, para justificar cualquier acto. Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón; o conmigo o contra mí; si tú me dices ven, digo, amarillo, yo te digo naranja. Los incansables palmeros de los demagogos de cualquiera de los partidos del arco político de esta tierra del Señor nos azotan las meninges pidiéndonos amor ciego. Nos intentan convencer de que sus mentores (o dementores, que nunca se sabe) cometen los actos más terribles en nuestro nombre y por nuestro bien.
Si nos parece mal que los carros corran es que somos plutócratas, agentes de la derecha más extrema. Si, también, nos parece mal que Roch diga que hay que trabajar como chinos, le bailamos el agua al timonel de Marinaleda. Han conseguido domeñarnos y ahora quieren alejar de nosotros la posibilidad de razonar una opinión coherente, o al menos propia. Creo, por otra parte y modestamente, que para ayudar a los necesitados no hace falta montar la que se ha montado. Solidaridad e histrionismo no sé yo si casan bien.
Las moscas se ponen pesadas con este calor y recuerdan lo efímero de las cosas. Antes el aire acondicionado mantenía la morada como un bunker, ahora hay que abrir las ventanas y las puertas para que corra el aire y entran moscas, pesadas, machadianas e inquebrantables.
Fallece Sancho Gracia, un gran actor. Me limito, mecánicamente, a transcribir una aséptica nota de agencia para el Diario Fénix. Ha fallecido de cáncer, nació en Madrid, viajó a Uruguay, estudió con María Xirgú, etcétera. Es muy temprano para valorar que detrás de esos datos hay una persona. Al poco me llama por teléfono mi amigo José Manuel Garcia-Otero, el Butacón del Garci y, a la sazón, nuestro ejemplar director y me habla del muerto.
Me dice que era un tipo divertido, completamente alejado del divismo de la farándula y que no tenía nada que ver con un galán al uso. Una mañana en una cafetería cercana al Bernabéu, Sancho estaba de animada tertulia con los parroquianos, como uno más, simpático, gracioso, cercano. En un momento determinado, se levantó la ropa y mostró la panza al respetable, afirmando que debía de cuidar más su aspecto físico. No tenía nada de presumido, pero eso sí, una profunda y bella voz y unas dotes magistrales para la interpretación.
También hablamos de la peculiar relación que tenía con Juan Luis Galiardo. Gracia, por lo visto, comenzó de actor en una película de Charlton Heston en la que Galiardo rechazó un papel que le dieron a Sancho. Siempre ha ido el uno tras el otro… Hasta para dejarnos.
Por Facebook, Fátima Martínez me cuenta que lo conoció en la cafetería del ABC. Comenzaron a hablar, el hombre era encantador, simpático y desenfadado; le contó que tenía cáncer. Le impactó su voz profunda, mucho más que en la televisión o el cine, y muy sonora. Pero sobre todo que mirase constantemente a los ojos. Como miran las buenas personas y quienes no tienen nada que ocultar ni temer.
Al poco de haberla publicado, me he dado cuenta que detrás de la necrológica, hay un hombre de los pies a la cabeza y una buena persona. También un gran actor, pero eso ya lo sabía.