Llevo estas últimas semanas enfrascado en mi novela, de trabajo en trabajo. Uno, está visto, puede ser escritor y oficinista, pero para hacerlo tiene que aceptar renuncias. De éstas la que os es más visible es la producción más lenta en este blog.
La que más me ha hecho daño es la sensación de que ya no juego. Me ha faltado diversión en mi vida, y hasta me he planteado de si debería dejar de jugar. ¿Es la diversión una pérdida de tiempo? Un bonito problema considerando además que he diseñado un juego de rol: Newsies & Bootblacks.
Cuarenta años
Tengo ya cuarenta años. No es que sienta ninguna crisis, ya las pasé peor cuando se acabó mi aventura como seminarista católico y tuve que reinventar mi vida. Tampoco diré la estupidez de que no me arrepiento de nada, pero mi reflexión no vino de la nostalgia de un país que nunca existió. Se trata de todo lo contrario.
La alegría de crear
Ninguna cosa me hace más feliz que escribir; para superar el instante mágico de crear, necesito amar a una persona. Uso amar en sentido amplio, y digo que hay amor también en el arte que nace para ser compartido, pero es como una relación por correspondencia, a la que siempre parece faltar algo. Y ahora déjame volver a lo mismo, ninguna cosa me hace más feliz que escribir y que ahora añada, y creo que puedo por mis letras compartir esta felicidad.
¡Trabaja, idiota!
En esos momentos uno se considera sin el derecho de descansar. El trabajo y las otras obligaciones se toleran como necesidades, pero todo lo demás parece destructivo. Uno se parece a esos filósofos que descubren una idea y la convierten en un absoluto. Y nada más que por una vana sensación de euforia.
En el blog de mi juego MiniMrpg aboceté en mi torpe inglés las razones del juego. Y dí un listado, el cual no repetiré para evitar caer en el mismo error. Al final me quedé con una y esa es la que pienso ofrecer ahora.
Jugar es reclamar lo imposible
El niño cuando juega, lo hace por todas las razones del adulto. Pero sobre todo porque sus esperanzas están temporalmente más allá de sus fuerzas. El niño usa el juego para hacer realidad el “cuando sea mayor”. Juega a ser bombero y es un bombero. Juega con una guitarra y es músico.
¿Hacemos los adultos eso? Mucho menos y creo que es porque hemos renunciado a crecer. Vivimos en la creencia de que sabemos hasta donde podemos llegar, y eso nos mata. Sólo en el juego es posible volver a soñar con crecer; sólo a través de la imaginación desencadenada podemos convencernos de que nuestras posibilidades están más allá de nuestras suposiciones. A través del juego renovamos lo que nos es posible.
Y ahora dejadme terminar citándome a mí mismo:
Jugar es soñar con tu carta de Hogwarts, con el mando de la Enterprise, o atreverse a ser un artista de la Marvel, o un superhéroe. Jugar es aceptar que todavía estás creciendo. Jugar es recargar el potencial de la vida.
Y dicho eso me despido, tengo cosas en las que divertime.
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