Es el punto exacto del amanecer en el que puedo andar por la casa sin tropezarme contra los muebles aunque no se vea del todo bien, ese momento concreto de aire que respira silencio; ni un eco de tráfico, ni una persiana de vecinos, ni siquiera la banda sonora de gaviotas, también vecinas, que resuena por toda la calle a primerísima hora de cada mañana, cuando se despiertan. La luz de sí pero no es perfecta para sentarse en la mesa de la cocina sin encender el fluorescente, conmigo la libreta y una vela en un candil decorativo. La estructura crea puntos de luz y sombra que caen sobre la pared blanca de azulejos y el dibujo esquemático que sigue ahí. Desde primavera, con un rotulador de esos que se borran en las pizarras de plástico, pintarrajeo azulejos. Mantengo ese simulacro del centro de la galaxia, churrero y apoximativo en sus proporciones. Un circulito es el Sol, un punto del tamaño de los puntos en las íes es la Tierra. Desde la Tierra alguien dice Ay, mis putos problemas, ¡qué puto importantes! Los puntos de las íes son más grandes que nuestro planeta en ese mapa figurativo. También anoté un par de cifras, la distancia al centro (Sagitario A*) y la distancia total de la Vía Láctea. A ojímetro del malo, el techo entero de la cocina sería el tamaño de la galaxia completa.
He dejado ahí el dibujo para verlo cada día mientras preparo café.
Repaso en la libreta las tareas pendientes. Reposo esos tres días de locura.
Te he gritado en plena calle de puros nervios.
Quedamos para no mirarnos a la cara, casi, pendientes de las nuevas informaciones sobre el atentando de Barcelona en nuestros móviles. Y mi noche posterior en vela, como cualquier otro corresponsal periodístico.
Y 48 horas después, sin descanso, estoy empapada de redes sociales, como si fuera una gestora de comunicación, leyendo todo tipo de argumentos y sus versiones contrarias. Opiniones, salidas de tono, requiebros de la información para adaptarla al servicio del planteamiento político de la realidad y del mundo. Que la realidad no te estropee tus soflamas.
En el insomnio voluntario pienso en lo fácil de mi nueva tarea, qué fácil una columna efectista sobre Barcelona, ahora que recuerdo que soy periodista y escribo, pero el periodismo ya está en decadencia total frente a la rapidez de una pantalla. Las opiniones las reservo, no me pagan por ellas en este blog que nadie lee. Sólo me ha interesado conocer el paradero y estado de familiares, amigos, conocidos cercanos (con los que alguna vez hablé por lo digital y siento cariño) o conocidos lejanos (firmas famosas que no sé por qué me agregaron, quizá por el efecto cadena y la sombra benéfica de esos otros conocidos cercanos). Preocupación genuina, sin distinción. Por el estado del ser humano al completo. Empatía por la humanidad y sus desastres contradictorios. De esa empatía y de querer expresarlo surge lo que mal llaman "vocación".
Unido a que tú no has sido el único que me cuestiona cosas estos días. Todos se han puesto de acuerdo en cuestionarme cosas. En recordar mi identidad y confrontarla a estos meses irreales de inseguridad y caos. ¿Dónde anclas tu inseguridad, estás ciega? Tú me has animado a que escriba como siempre. Igual que viniste con destornilladores y pilas y repuestos a solucionar el teclado que fallaba sin motivo.
Empatía por la humanidad.
Sólo es posible si cada uno está en su centro y recuerda quién es.