Revista Diario
Paco Azorín arriesga y gana con este montaje de Julio César que actualiza el texto de Shakespeare que es, quizá, la mejor manera de celebrar un clásico como éste. Se rodea de un excepcional reparto masculino de lujo con Mario Gas, que interpreta a un Julio César maduro y convincente, Tristán Ulloa, un Bruto complejo (muy diferente a la imagen que muchos nos hacemos de este personaje histórico) o Sergio Peris Mencheta en la piel de Marco Antonio (les digo desde ya que su interpretación les va a dejar casi sin palabras). completan el reparto Agus Ruiz, Pau Cólera, carlos Martos, Juan Ceacero y Pedro Chamizo (que además de interpretar a Augusto, en un pequeño pero no por eso menos importante papel final se encarga de la puesta en escena audiovisual)
Este Julio César, en el que la palabra es la gran apuesta, consigue el ambiente que pretende con pequeñas pinceladas. Por ejemplo: El vestuario, que es diseño de Paloma Bomé: Vemos a los actores vestidos de soldados totalmente contemporáneos pero hay pequeños elementos que nos logran remitirnos a la clásica Roma, como la capa roja de César. Igual pasa con la apuesta escénica: apenas unas sillas y un obelisco romano que van a ir modificando sus posiciones conforme avanza la trama y se desarrollen los acontecimientos. Con esos pocos elementos, el caos llega al escenario igual que llega a la historia y a los personajes. Una escenografía que va a cambiar ante nuestros ojos y que está muy bien acompañada por ese montaje audiovisual del que hablaba antes. Porque este Julio César, actualizado, es más de lo que vemos sobre el escenario. Desde los cambios de actos hasta el ánimo de los personajes se nos muestran en esa pantalla omnipresente sobre las tablas. Muy acertada las caras de ancianos que se nos muestran en alegoría al Senado Romano, también los gritos de los rostros de los protagonistas en blanco y negro cuando empieza la guerra civil. Un recurso, sin duda, este montaje audiovisual que suma, sin duda. ¿Con qué me quedo de este montaje? Pues me quedo con el trabajo actoral (especialmente con el duelo Ulloa-Peris Mencheta que es teatro, y del bueno) y a la capacidad de Paco Azorín por arriesgar con una propuesta tras la que se ve que hay mucho trabajo previo de estudio, de interiorizar un texto centenares de veces llevado a las tablas, porque sólo así puede salir un montaje tan puro, tan auténtico, como es este Julio César.