No se fue al olvido Murió el poeta como quiso: creando
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Lissette Bustamante
No sé si contar tu biografía al no estar en la galería de los poetas famosos; no sé si contar las miles de dificultades por las que pasaste en Cuba y en España, sólo sé que el dolor profundo, el abandono evidente, la desesperación de la tristeza, el fracaso español, la soledad de cada amanecer y el espanto de una desoladora depresión, te arrastraron al final… Después de todo, elegiste tomar ese vuelo e incluso volar para estar esta noche junto a nosotros mientras prendo una vela por tu alma inquieta…
Nadie tendrá problemas con mis restos mortales
si, como he dicho ya, un día yo muriera.
No sé a quién le tocará la fúnebre y funesta misión
de encontrarme muerto
porque el destierro es el lugar donde no se sabe nada
de hoy, de mañana, ni de ayer.
No sé si será una mujer, un amigo, una vecina
anciana y asustada,
un portero, un policía,
un enemigo,
alguien que pasaba por allí.
No sé tampoco dónde moriré,
si en mi cuarto,
si en la calle,
si en el trabajo,
si en el hospital,
si en un barcito
donde tomo café con leche
y leo el periódico
todas las mañanas.
(debo morir en un barcito).
Podría ser de un infarto
del cerebro
o, tal vez, del corazón a donde han ido a parar
todas las furias, los miedos,
las melancolías y las fieras
o cursimente de hambre
o del azúcar baja
o el colesterol alto
o, simplemente, de estar lejos.
No sé ni quién recogerá mis propiedades,
mis paupérrimas propiedades
que no relaciono para no ofender,
sin embargo pueden quemar
mi verde traje parisino,
mi amarilla corbata italiana
y todo lo demás, hasta mis cartas
enviadas y no enviadas
que ya cumplieron su misión.
(Sé que alguien aprovechará el desconcierto
en torno al muerto desconocido
de quien nadie se declara propietario
para sustraer
sigilosamente
—y no para guardarlo de recuerdo—
mi juego de pasador, yugos, plumas y fosforera
mas no me importa).
En caso de que alguien tropiece
con un ladrillo que yo pueda haber modelado
sí le rogaría que modelara otro igual o mejor.
En caso de que alguien tropiece
con algún libro
que yo pueda haber escrito
sí le rogaría que lo tirara contra la puerta de alguna editorial
y en caso de que, con tan buena suerte, se publicara algo
decreto que por 70 años
todos los derechos de autor
pertenecen
exclusivamente
a un ser que dejé en La Habana.
Si surgiera algún(a) admirador(a)
del que modeló el ladrillo
o del que escribió el librillo
y deseara saber algo de aquel modelador de librillos
y deseara saber algo de aquel autor de ladrillos
y si deseara, incluso, ir hasta su tumba
y leer su epitafio
y ponerle una flor
no podrá hacerlo.
No habrá epitafio ni tumba,
pero, solamente para que la historia tenga un final feliz, daré
dos direcciones.
En un pueblito del centro de mi patria
cuyo nombre es Corralillo
(me hubiera gustado ser Conde de Corralillo)
pasé mi adolescencia, suspendí matemática,
tuve amigos y novia,
y en un barrio de la capital cubana
cuyo nombre es Bacuranao
(me hubiera gustado ser Barón de Bacuranao)
donde viví mis últimos añitos con patria propia
detrás de mi casa
hay una pradera
y en la pradera, una ceiba
y recostado a esa ceiba amé a una mujer
o modelé un ladrillo
y escribí poemas o cuentos o novelas
o no sé.
Pero sé que nadie tendrá problemas
con mis restos mortales
porque no seré nada exigente en esa hora.
No quiero que me incineren
porque he vivido toda la vida incinerado
y sembrando fuegos
(el que siembra fuego, recoge resplandores).
No quiero que echen, pues, mis cenizas al Nilo
para reencarnar en los peces o las conchas.
No quiero que me embalsamen
ni quiero que me entierren
aunque para mí sea leve la tierra.
No quiero una tumba
junto al Manzanares de Madrid,
ni quiero una tumba
junto al Almendares de La Habana
por tanto no habrán de trasladarse mis restitos
a Cuba.
No quiero nichos en catedrales,
ni misas,
ni esquelas
pues todos los días en ellas ya me vi.
Tiradme en cualquier lugar
donde mi hedor no moleste a nadie
y, como carroña ensimismada, libremente
puedan seguir comiéndome los buitres.