Revista Literatura

Kántaro.

Publicado el 02 enero 2013 por Alephoric
Kántaro.
Era pequeño. Se quejaba siempre sólo de algo que era imposible escuchar. Lo veía casi todos los días a eso de las cinco treinta cuando regresaba de la oficina. Me preguntaba por su edad. Pero como daba la espalda mientras le secreteaba a la pared me era difícil saber qué tan joven o que tan viejo sería. Tenía casi todo el tiempo una camisa a cuadros metida entre el pantalón de pana con unos zapatos viejos que poco combinaban. De poco pelo, eso sí. Lo que, de hecho, era el único indicio de sus años y quizás también de su vida. No en vano se dice aquello de 'arrancarse los pelos de la desesperación'. Sin embargo, apoyado casi sosteniendo como quien sostiene en fotos arregladas, miles de ellas, la torre Pisa, era evidente que no la pasaba bien. Sus músculos estaban tensos, aruñaba la pared, gemía.
Pasaron los días, y pensaría yo que hasta los meses, y el chisme, la pura y física cotilla, y llegar siempre diciéndole a mi esposa, ve, ahí está ese man otra vez, en las mismas, cuchicheando solo, encorvado, quejándose, ¿qué será que le pasa? ¿Lo habrán abandonado? ¿Habrá perdido su equipo de fútbol? ¿Se le murió alguien? Mejor dicho, se me pasaba todo por la cabeza o, bueno, todo lo que se me podía pasar antes de cambiar de tema y pensar en otra cosa. Así es que, de tanto darle vueltas al asunto, me decidí ir a donde el portero, el guachiman que llaman, y decirle, ole, ¿y ese tipo qué? ¿Ud sabe algo? Y me dijo, sí, claro. Es el papá del papá de la señora de la esquina. (Lo que ya me decía mucho sobre su edad). El señor sufre de no sé qué pero pues yo creo que está loco y punto. Habla solo todo el tiempo y cómo no: está solo todo el tiempo. Nadie lo visita o lo visitan para visitar al final otra cosa porque luego él se sale y se está solo. Pero fíjese, a mí también me generaba tanta duda, que una vez de madrugada, con ese que uno de vigilante poco tiene qué hacer sino vigilar y aburrirse y deprimirse hasta la muerte, por eso nos pagan, decía, un día tempranito le puse una grabadora de esas de periodista con la curiosidad de qué putas es lo que hablaba recostado como en teléfono roto y como si la pared tuviera oído (y oreja). ¿Quiere oír? Al final yo quedé más perdido que el hijo de Lindbergh y no me solucionó nada pero guardo la grabación porque con eso del YouTube pues uno nunca sabe. Ya se lo paso.
Por supuesto que no lo escuché. Me lo llevé a mi casa y le prometí al vigilante devolvérselo al siguiente día. Mientras caminaba en dirección al edificio de mi apartamento. Ahí estaba, todo él, su camisa, sus zapatos, su discurso, su espalda. Llegué a comer y quise, de pura güeva, evitar el tema para no levantar sospechas de que tenía esa grabación. Y otra vez por supuesto, ella me preguntó que qué me pasaba, que era la primera vez que no hablaba del tipo ese y que eso era porque me traía algo entre manos. Me figuró contarle todo lo de la grabación y ella, entre sorprendida y curiosa, me llevó de la mano al baño y nos encerramos con la luz apagada, ella se sentó en el sanitario, cruzó la pierna y yo me quedé de pie con el dedo sobre el 'play. Click.
'El fenómeno, la cosa no en sí. Eso más allá-de pero que allá está. A eso que es posible acceder sólo si dejamos de ser nosotros y todos los demás y todo aquello que puede percibir. Hay un filtro que olvidamos: nosotros mismos. Estos cuerpos que buscan acercarse y tocarse y trabajar en conjunto y crear políticas y normas estandarizadas para movimientos grupales que cada quien siente diferente. Somos no sólo la percepción de nosotros mismos sino la de los demás sobre nuestro ser y parecer y el acumulado de todas las variaciones de esas minúsculas impresiones en el tiempo y en el espacio. Sobretodo en las circunstancias. Hay un mundo que es el mundo-todo sin color y sin sabor, con forma y materia pero sin textura. Hay conocimiento sobre nuestras ideas y nos queda apenas los cuadros que pintamos mientras existimos pero no sobre lo intangible, invisible, inaudible. Nada podemos saber más que el resultado de la inferencia de la estructura, del método que adaptamos. Si eso que ahí hay, que converge a sí mismo, en una serie infinita de subordinaciones no es sino el supuesto de su existencia, sólo es en supuesto, en abstracto, en la evidencia que señala a gritos un punto que ni siquiera está vacío de sí pero que está vacío de nosotros. ¿Cómo puede valer la sombra sin luz? ¿Cómo puede valer el sonido en el vacío? Se aleja todo a pedazos, se alejan los astros inalcanzables y las estrellas se pierden. Habrá una noche sin estrellas, un telescopio sin astros, habrá un universo negro simplemente, ahí presente, pero que ya no podremos seguir y nos sentaremos a vernos y comentar a los más jóvenes que hubo un tiempo en que habían cosas que se llamaban astros y estrellas y que existía el día y la noche y que todo afuera podía ser contado pero sobetodo comentado y danza a lo arriba presentado, música y cosmología poética. Y que ahí sigue: muy lejos, muy allá, como desaparecido. Y ellos, los más jóvenes, manoseándose entre las charlas, pensarán, pobre diablo, veteje de mierda, hablando de fantasmas y apariciones, de cosas que existen pero que no existen, de luces maravillosas y dizque calores no artificiales.'

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