Knausgård quiso llamar Mi lucha, nada que ver con Hitler, al proceso de redactar seis novelas autobiográficas. En la que ahora nos ocupa se nota muchísimo esa lucha contra sí mismo y contra sus propios fantasmas personales. El viaje al interior de la psique del escritor es alucinante y digno de esta reseña.
Comparado con Mann y Proust, el noruego se aleja totalmente de la literatura que nos llega de esa zona del planeta para ofrecernos una novela escrita con las gónadas y sin recursos estilísticos. Más que a los dos citados nos recuerda a su compatriota Hamsun por todo lo que conlleva el escribir sobre el hecho que sirve de título a esta obra.
Enfrentarse a ese proceso de duelo, recordarlo y redactar algo "digerible" es algo que el autor no intenta. Más bien todo lo contrario. Lo que sí hace es exponer su realidad de manera directa, sin lijar, sin aditivos y sin ninguna intención de comercializar su dolor. Es víctima de un proceso de escritura automática que le lleva o bien a que abandones la lectura tras veinte páginas o bien, como me ha pasado, a sorprenderte de que haya autores como él por el mundo. Autores a los que las palabras les salen de las tripas, que permanecen ajenos a la industria y que, afortunadamente, venden medio millón de novelas en un país de cuatro millones y medio.
Quince países se han rendido ya a su literatura y él sigue siendo el mismo que podemos entrever en sus frases. A veces el marketing más absoluto no puede luchar contra un tipo normal que escribe como los grandes y que tiene muy claros sus parámetros estilísticos. Obra maestra.