Keep writing

Publicado el 17 noviembre 2010 por Mayka
¡Oído, cocina!: A Mayakovski, el poeta de la revolución bolchevique por definición, quien apostaba por un arte y trabajo intelectual de clase, también le iba poesía intimista y escribía -cuando a él le daba la real gana, claro- a los "amores puros", la imposibilidad de "besar eternamente" y sobre su "corazón de un loco". ¿Es incompatible la poesía social y la intimista? Parece que no. Lo insano aquí es caer en un planteamiento dicotómico del discurso poético. La privacidad puede ser tratada como parte integrante de la vida social; el individuo y su subjetividad han de ser el motor de la revolución (dicen por ahí que Lúkacs hablaba de subjetividad revolucionaria...). Hablar del mundo, además de reflejar pasivamente, es también proponer, proyectar uno posible. En el incesante renovarse de este espacio toma cuerpo la esperanza, dice el colectivo Alicia Bajo Cero en su ensayo Poesía y Poder, en un claro rebate a los supuestos valores universalistas. Proponme un cambio de paradigma, dime que las personas son viajes en sí mismas, asume tu responsabilidad comunicativa y, aunque me cuentes que has visto una cucaracha por la mañana, seguirás haciendo poesía social. Y yo, cómo no, la seguiré leyendo. Pero ahora, Mayakovski:
Con su cuchillo en la mano
llegó la noche.
Su puñalada me alcanza,
me hiere.
¡Se acabó!
Rodaron las doce
como la cabeza degollada del condenado.
(...)
La gente husmea,
huele a chamusquina.
Llamaron y vinieron:
¡refulgentes de castos!
-Con botas no se puede entrar.
Digan a esos bomberos
que al corazón ardiendo
se sube con caricias.
(...)
Ante gentes temlorosas
en la quietud doméstica,
un fulgor de cien miradas
quiere llegar del puerto.
Lanzad un último grito.
Contad entre gemidos a los siglos,
aunque no sea más,
que estoy ardiendo.
(...)
Por las calles
pasan las gentes sacudiendo sus papos
de muchos pliegues
Asoman sus ojos
raídos por cuarenta años de uso,
se ríen
de que entre los dientes llevo otra vez
los restos de las caricias pasadas
como migas de pan colgando.
Vladímir Mayakovski