El caso es que en medio de estas reflexiones le he tomado prestado a mi señora madre el Kindle que le regalamos en su 60 cumpleaños, y haciendo buen uso de mi recién adquirido estatus de trabajadora, me he comprado un libro para probarlo. Del libro en cuestión ya os hablaré cuando le llegue el turno al cuarto trimestre de las 13 lecturas (y os hablaré bien, porque me ha encantado). Pero del Kindle no, de eso os hablo aquí y ahora.
Y es que, amigos míos, qué invento. Yo que soy de las que adoran los libros tal y como son, con sus portadas, sus hojitas, su olor, he caído rendida a la comodidad de llevarte un tocho de 600 páginas allá donde vayas sin sufrir lesiones cervicales de ningún tipo. Últimamente estaba renunciando más a menudo de lo que me gustaría a leer libros "de peso" precisamente por ese problema. ¿Leerme Guerra y Paz ahora? Me encantaría, por supuesto, pero es que pesa taaannto... ejem ejem.
Otro punto a favor para el Kindle es el tamaño de la letra. Los años no pasan en balde y el tiempo delante del ordenador tampoco. Así que cada vez me cuesta más tener la vista fija en esas letras minúsculas que se gastan algunas ediciones. Con el aparatito en cuestión, mi vista está muuucho más relajada y no tengo que andar guiñando los ojos cuando vuelvo al mundo real.
¿Queréis que os enumere alguna más de sus virtudes? El poder disponer de una inmensa librería al alcance de un click que incluye todo tipo de géneros, autores y, ojito, idiomas. Además los e-books son más económicos que la versión en papel y se pueden encontrar muchos títulos gratuitos (sobre todo clásicos). Y el Kindle es un aparatito la mar de majo, que puedes usar mientras desayunas o vas de pie en el autobús ya que no tienes que sujetarlo con una mano mientras pasas la hoja con la otra.
En conclusión, yo ya me he autoconvencido de que necesito poner un Kindle en mi vida y devolverle el que tengo a su dueña. Así que mi próximo sueldo va a contribuir al bien de mis cervicales y de mis ojos, ya está decidido.
Y como lo de renunciar al papel no lo contemplo si quiera, he hecho un acuerdo conmigo misma.
Al Kindle irán:
- los libros gordos y pesados
- los libros cuya versión digital sea económicamente muy conveniente
- los libros en otros idiomas que difícilmente encuentro en papel
- los libros que me provoquen dudas del tipo "¿me gustará o será un tostón/chorrada/aburrimiento?"
La biblioteca de la casa romana, en cambio, seguirá engrosándose con:
- libros de Agatha Christie, pequeños, manejables y todos en el mismo formato
- libros de Banana Yoshimoto, por el mismo motivo
- libros cuyas ediciones en papel sean especialmente atractivas
- libros ligeros, manejables y con letra grande
He dicho. Y vosotros, contadme, ¿habéis sucumbido ya a la comodidad de la era digital o pertenecéis al grupo de los nostálgicos del papel?
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