Revista Literatura

L'Aveugle et la Lune

Publicado el 12 julio 2011 por Viktor @ViktorValles
Era una calurosa noche de agosto, los grillos canturreaban esperando a la mañana y el viento soplaba suave contra el cristal de la ventana. Detrás de ella un chico invidente observaba sin ver el infinito, el horizonte donde los sueños despiertan con el danzar de las olas de un mar que se aleja, dejando un dibujo en blanco y negro.
La luna, por su parte, se limitaba a observar al mundo escondida tras las transparentes nubes, rodeadas de estrellas de esas que nada cuentan, que se limitan a murmurar. El calor amenaza con derretirla, pero ella continúa dando la cara a un mundo que ha perdido la lógica. Bajo el cielo la ciudad se iluminaba, goteando calma.
El chico tras sus gafas oscuras inspira en papel sus pensamientos…
“¿Quién soy? ¿Dónde estoy? He perdido el hilo de mi conversación interior, he cesado de comprender las palabras que me dirijo a mí mismo, he llegado a un nivel superior de estupidez animal e irracional… Se me lleva el instinto.”
Las olas rompen contra las rocas dejando versos alrededor, la luna contempla tan mágica imagen pensando en las veces que habrá soñado con admirar esa lluvia de poesía. Las palabras desvanecen lentamente dejando supurar sentimientos a flor de roca.
Una estrella empieza a tararear una dulce melodía…
“Me perdí el día que decidí pararme a escuchar el reloj, el día que determiné que la dirección contraria era la correcta… Aquel día que eché a correr y perdí el hilo del sendero sin darme cuenta que aquella no era la vereda correcta.
Tardé algún tiempo en volverme a parar y reflexionar sobre todo y nada. Quise regresar a mi origen, pero el tiempo no había pasado en balde: en aquel lugar ya no quedaba nadie… solamente rastrojos y runas, deshechos y la dejadez de la soledad. Así pronto decidí ponerme a caminar dando palos de ciego, nunca mejor dicho, y arriesgarme a vivir.”
El aire sopló sinceridad, dejando un hueco existencial en el punto desde el cual empuja. Las estrellas, inquietas, cesaron de brillar y entonces la luna se dejó ver iluminada por completo. El chico dejó de reflexionar por un instante y se quedó observando interiormente a la luna, sintiéndola en sus entrañas…
El silencio se hizo con el poder de la escena hasta que un piano decidió discutirle las razones repitiendo la melodía que tarareaba la estrella.
De pronto el joven vio la luna con sus propios ojos.
“Oh Luna… Mi pequeña gran Luna. ¿Quién pudiera pasar las noches de invierno a tu vera? ¿Quién tuviera el privilegio de beberte a pequeños tragos sin resultar herido? Oh Luna…
Algo extraño me envenena las entrañas cuando te oigo pasar, sin embargo no logro distinguir el sabor de esa dolencia. Algo extraño me ocurre en tus silencios… mi alma se desquebraja, se hacen jirones de mis palabras… Sin embargo yo sigo aquí, sin saber que estoy haciendo ni hacia donde camino…
Oh Luna… Mi pequeña gran Luna. ¿Quién me mandó a mí conocerte? ¿Quién me ordenó a mí soñarte? Oh Luna… Cada noche sueño con el encuentro de nuestros caminos”
Entonces un tren partió la armonía y se cruzó ante la mirada del chico, tapando a la luna mientras ésta seguía la melodía del piano sin hacer caso a nada más. Creció la distancia entre los dos y el mundo perdió de nuevo el color.
“Oh Luna… En mi cabeza tengo tantas preguntas y en su mayoría no tienen respuesta. Oh mi pequeña Luna, sin embargo algunas esconden su verdad tras tus cejas.
Oh mi pequeña gran Luna… ¿Qué sientes? ¿Qué piensas? Quisiera conocer, quisiera poder volar a tu vera… pero solamente si me dejas. Oh Luna…”
Lágrimas de cristal brotaron de los claros ojos del chico cuando empezó a temblar ante sus propias dudas lanzadas al aire. El mundo se paró y entonces se escucho el silencio… ¿Escuchó las preguntas la luna?
Oh Luna… Pequeña gran Luna…
Víktor Valles

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