Me sentía una aviadora nata cada vez que me subía a tus lomos.
Me imaginaba con esos gorritos de cuero y unas gafas de espanto.Subida a ti sentí mi primer orgasmo en un vuelo , sentadita en ese avió vermell del Tibidabo.
Hasta el color me hacía sentir más importante.Me sentía casi como la kamikaze que acabaría destruyendo el Sagrado Corazón que le quedaba tan cerquita... Mi padre me contaba que todo tiene su significado en la vida, y que Tibi dabo significaba “te daré” en latín. Y a mí del te daré me quedan todos los sueños que sentí subida en él, las cosquillitas, los guilis guilis y el sentirme tan sumamente valiente que después me podía comer hasta las espinacas de mi madre. Era el parque de atracciones más antiguo de España, y mi padre quería que subiera para que sintiera lo mismo que él cuando subió por primera vez. A mí la verdad es que de aquel parque sólo me gustaba el avioncito. Por lo demás, el resto de las atracciones me resultaban insípidas sin el saborcito picantón del avioncito rojo. Más tarde, con el paso de los años, volví a subir, siempre que regreso a Barcelona voy a verlo, es como una cita a la que nunca me ha gustado faltar y me quedo horas y horas con un pañuelo rojo atado al cuello, mis gafas de sol y apreciando, ahora sí, las vistas. Con Barcelona a mis pies, a muchísimos metros sobre el nivel de la playa, y las piernas colgando.Cuando me enteré que iban a talar las encinas para modernizar la montaña rusa, me cabreé mucho. Firmé y firmé peticiones hasta decir basta. Es cierto que aquella montaña rusa parecía boba, daba de todo menos vértigo, pero mantenía el encanto de siglos de inocencia en cada subida y bajada, permitiéndonos incluso saborear esas manzanas de caramelo y haciéndonos sentir dueños de una montaña mágica con armatostes de colores.Cuando el 26 de abril de 2088 unos Activistas de la Asamblea pro Bosques del Tibidabo "secuestraron " nuestro avioncito rojo, me dio un vuelco el corazón. Era por una buena causa, pero me pareció una salvajada.Para mí aquel avió, fue más que un pedazo de hierro, y así lo sigue siendo y lo siento cada vez que lo acaricio con la mirada. Como a la protagonista de Nada, Ena, de C. Laforet, fue unos de los símbolos que marcaron buena parte de mi infancia y mi empatía con ella no hizo más que acrecentarse con el paso de los años.Fueron sus alas las que me acariciaron el estómago, las primeras mariposas con las que pincelé la palabra aventura, el recuerdo de un beso en las alturas y una declaración ruborizada bajo un t´estimo. Era mi pájaro rojo, y así me ha gustado siempre recordarlo, lleno de vida, de ternura e inocencia, de recuerdos que por nada del mundo quisiera ver volar lejos de mi memoria.Aquel dulce primer escalofrío fue el que me haría amar de por siempre las alturas, y hasta tener como amante a un piloto de línea que me encontré en una escala en Chicago, y que me salvó la vida a base de perritos calientes. Pero esto ya forma parte de otra historia…
P.S. Ya voy llegando a leeros a todos... :))¡¡¡¡Ya llego volando, en mi avioncito rojo!!!!