“Cincuenta años en esta tierra del Norte/ viviendo como un autómata/ como un humano sometido al yugo/ he escrito estas historias/ no animado por el talento/ sino por la pura indignación/ no con tinta y pluma/ sino con los huesos calados de sangre y de lágrimas (…)”.
¿Y si te digo que este libro es la obra de una persona que vive aún en Corea del Norte? ¿Y si te informo que los relatos fueron escritos a lápiz y viajaron clandestinamente a Corea del Sur con la única esperanza de que sean leídos por nosotros? ¿Y si te cuento que Bandi no es más que un seudónimo, una frágil coraza con la que el autor, o autora, intenta proteger su vida del régimen de Kim Jong-un? ¿Y si te advierto que los seis relatos que componen el libro reflejan la vida diaria bajo la dictadura comunista de Kim II-sung y los días posteriores a su muerte? ¿Y si te revelo que al final del último cuento hay una petición escrita que dice: Lector, ¡te ruego que leas mis palabras!? Entonces seguro que consigo mi objetivo: llamar tu atención.
Los seis cuentos que componen el libro describen el drama silencioso que corroe las almas de esa multitud que aparece en nuestras televisiones desfilando en bloque como soldados de bronce, gritando consignas memorizadas y aplaudiendo histéricamente los discursos de su espantoso líder. Las seis historias recogidas en La acusación nos acercan a los hogares de una población dominada por el terror, a la vida cotidiana de hombres y mujeres que han encontrado en la autocensura su único refugio; un refugio, por cierto, bastante débil, pues no ofrece protección frente al poder absoluto y el abuso de poder.
La acusación habla de comunidades humanas bajo estrecha vigilancia y de hombres conscientes de lo que les pasa, conscientes de su sino trágico. Habla de hombres sencillos y de hombres cultivados. Y refleja dos entidades dramáticas: los grupos afines y los grupos contrarios al Partido único. La obediencia ciega es la línea que los separa.
Los personajes de estos cuentos están atrapados en una pecera que no les permite tener ni un solo centímetro de intimidad. Viven humillados. Tengo que reconocer que a mí lo que más me ha impactado de estas historias -y eso que crecí en un sistema totalitario comunista- ha sido el descubrimiento de un fantasma que potencia el poder del dictador coreano: la culpa.
En este régimen miserable el drama se vuelve tragedia mediante la culpa, pues la culpa se vuelve hereditaria. Una condena por traición a la patria -condena casi siempre basada en un motivo inventado con fines partidista- recae sobre los descendientes como un bloque de granito. En Corea del Norte el castigo no tiene fecha de caducidad, de tal forma que si un abuelo es juzgado por traición su nieto será un apestado, y así, y así, y así.
Los cuentos se entrelazan unos con otros, son eslabones de una misma cadena compuesta por delaciones, sanciones, autocríticas, hambre, frío, represión, decepciones, acusaciones falsas, penas de muerte, destierros a destinos inhóspitos…
La acusación pone de manifiesto que en Corea del Norte nadie está libre de ser acusado de enemigo de la revolución, ni siquiera los niños. Pone en evidencia el poco valor que tiene el talento, la honestidad y la disposición al trabajo en un sistema como ese y sitúa en la cúspide al miedo, el mayor instrumento del régimen para conseguir sumisión absoluta.
La acusación es un libro escrito con la delicadeza propia de la literatura asiática, es un texto bendecido por las metáforas que suavizan la dureza de su contenido, pues así es como Bandi ha decidido proteger al lector de las grandes miserias descritas por él.
He sentido tristeza, desazón, impotencia. ¡Cuántos niños lloran en estos relatos! ¡Cuánta humillación, cuánto sometimiento, cuánta villanía, cuántas vidas mutiladas! Y, sin embargo, ¡cuánto calor humano desprenden los cuerpos que se resisten a ser domados!
La acusación está publicado por Libros del Asteroide. La editorial ofrece una breve ficha biográfica donde dice que Bandi nació en 1950 y que es un escritor. Pero creo que es escritora por la delicadeza con la que trata los temas y por la frecuencia con la que aparecen niños en las diferentes historias. No sé, presiento un alma femenina iluminando con su propia luz los folios donde escribía los cuentos recogidos en este libro, textos tutelados por una ONG que se ocupa de los refugiados de Corea del Norte.
Por cierto, Bandi en coreano significa luciérnaga y esta luciérnaga sigue atrapada en el régimen detestable de Kim Jong-un.