Revista Talentos
La “africanización” de Bolivia
Publicado el 04 noviembre 2013 por PerropukaHace una semana atrás, el Wall Street Journal publicaba sobre la posibilidad de que Bolivia se convierta en un nuevo Afganistán, al sostener que “es un centro para el crimen organizado y un refugio para los terroristas”. A pesar de que nuestro país está lejos de tal extremo, pues no reúne las condiciones geográficas, sociales, religiosas y políticas para merecer tal comparación, sin embargo, el evidente desmantelamiento del estado de derecho, el sometimiento de los otros poderes del Estado al gobierno central, el constante atropello a los derechos humanos, la persecución judicial a opositores, y la inercia –y no pocas veces complicidad-- de las autoridades con respecto al narcotráfico, contrabando, extorsión y otras actividades al margen de la ley son claras señales de que el país va en retroceso, alimentando la idea de que Bolivia se está convirtiendo en un estado fallido, como temen muchos, especialmente desde el exterior.
En cualquier caso, la periodista responsable de la nota, a pesar de sus exageraciones e imprecisiones, como el hecho de que traficantes o terroristas africanos estuviesen operando en la región, tiene mucha razón en señalar muchos aspectos que son reales y contrastados. Sabemos que ciudadanos iraníes, a título de hombres de negocios llegan frecuentemente aprovechando la amistad entre Morales y el gobierno de Teherán. No sería extraño que entre sus mercaderías, se cuelen asesoramiento y otros conocimientos “estratégicos”. Por el contrario, sin señores de la guerra y sin guerras santas que librar, ocurre más bien un fenómeno que caracteriza a muchos países africanos, esto es, el ejercicio autoritario y grotesco del poder, con una casta que se beneficia a costa del erario nacional, la celebración constante de ceremonias fastuosas y otros ritos supuestamente ancestrales, la intención de perpetuarse en el mando como si fuera un trono, el afán de divinizar al líder con una aureola de predestinación, la convocatoria a fuerzas de choque para acallar críticas o arremeter contra movimientos opositores y otros actos de índole totalitaria.
Podría ser Zimbabue, Uganda, Libia o cualquier país visto como un enclave personal, a merced de un caudillo plenipotenciario, con tintes de amo, dueño de los sueños y aspiraciones de sus gobernados. Rumbo a uno de esos regímenes despóticos nos encaminamos. Lamentablemente somos el juguete, el experimento irresponsable, el proyecto maquiavélico de organismos fundamentalmente europeos que buscan a todas luces implantar una especie de reino africano en el corazón de América, con toda la épica y parafernalia folclórica que ello conlleva. Pueblo de indios debe estar al mando de un indio, era la idea central que bullía en la mente de los estudiosos sociales que desde la comodidad de sus oficinas europeas trazaban planes de su utopía retrógrada. Vuelta a los orígenes, a los tiempos de armonía con la naturaleza, a la vida en comunidad, como sostienen los pachamámicos, indianistas y otras facciones que cobijan a una serie de intelectuales, rebosantes dizque de un espíritu descolonizador. El nuevo puchero se ha cocinado afuera, no ha brotado en estas tierras por impulso natural como la paja brava. El afán paternalista sigue más vivo que nunca, es preciso intervenir, ya sea mediante financiamiento o el concurso de antropólogos dispuestos a hacer volar su imaginación, para que esta miserable nación sumida en un infantilismo perpetuo, tome un rumbo, un horizonte definido o tal vez ninguno.
El estado plurinacional es un invento europeo, pergeñado en la mesa, partiendo de la premisa de que los indígenas se han mantenido incontaminados y estáticos, evidenciando un pobre conocimiento de la realidad boliviana, mayoritariamente mestiza como ha evidenciado el último censo de población. 36 naciones creadas prácticamente en el aire, sin límites definidos o confusos, lo que ya ha generado conflictos por tierras, yacimientos y otros recursos naturales. Pequeños reinos con caciques que solo tienen un poder nominal, pues todos están férreamente atados al poder central. Que les hayan concedido títulos comunitarios y demás reconocimientos solo queda en el papel, a efectos propagandísticos y electorales. Total, en la realidad, el cacique mayor le mete nomás cuando conviene a sus planes y a sus relaciones clientelares, atropellando el sentir de esas teóricas naciones. Se gobierna a nombre de ellos, pero sin ellos. El pluralismo que a menudo esgrimen es verso color viento. Las autonomías que tanto proclaman nunca se cumplen o se las condiciona severamente. Impera el rodillo del eufemístico “centralismo democrático”. Verticalismo puro. Obediencia ciega al amo y punto. ¡Ay de los díscolos o libre pensantes!
Así las cosas, se sigue trabajando para que el proceso de cambio se consolide, el cambio de una oligarquía por otra, desde luego. Se ha barrido a la antigua burocracia para colocar a la suya, más numerosa y hambrienta. Se ha corrido a todos los jueces y fiscales que no se mostraban serviciales o comprometidos con la causa. Se han posesionado magistrados previamente seleccionados a dedo, armando una farsa eleccionaria para dar una fachada democrática. El tiempo corroboró lo que se temía: esos magistrados agradecidos dieron luz verde a la re-reelección del binomio presidencial, vulnerando la Constitución. No estamos de paso, hemos llegado para quedarnos, proclaman con abierto cinismo, mientras se ultiman preparativos para un nuevo mandato. Seguros de su victoria, pues siguen repartiendo prebendas y distrayendo a la gente con espectáculos populistas. Dueños del circo sueñan con poderes ilimitados. Se han creído que se han comprado el país, o mejor, que les pertenece por designio natural. Entretanto, viene bien seguir alimentando la mitología en torno al amado líder, llenando de gigantografías los muros y carreteras con su imagen. Gracias a él somos un pueblo digno, dicen. El mundo nos respeta y nos toma como ejemplo, remarcan sus profetas. Desgraciadamente muchos se tragan el cuento. Fácil es vender humo en este país. Desde siempre.