La mansión Mansfield era una hermosa y sólida casa de arquitectura victoriana, una casa enorme y llamativa por fuera y cálida y acogedora por dentro. Y todo el mérito lo tenía la madre de Beatrix, una mujer cariñosa y agradable, que se desvivía por mejorar el entorno de todos los que vivían a su alrededor.
Cuando terminaba de increpar a la madre, continuaba con la hija:
- Beatrix, no haces honor al dineral que me estoy gastando en tu educación, la boca se limpia con una puntita de la servilleta, no con todo el lienzo, y con ligeros toquecitos, no hay que restregarse con saña. Además, tienes que limpiarte antes y después de beber. No sé que tipo de educación dan ahora en los colegios, en mis tiempos, todo era mucho más disciplinado.
Y así, lentamente fueron pasando los años; hasta que Beatrix, y creo, que yo también, cumplimos doce años.
Llegó el verano y con él, la agradable estancia en la Mansión Mansfield, pero también, la tan temida visita a la anciana dama. Como si algo me hiciera presagiar lo que iba a pasar, yo estaba más temerosa que nunca ante aquella cita. Y las palabras llenas de veneno que soltó nada más verme me dieron la razón, aquel iba a ser el peor verano de mi vida.
Esta mañana, y después de mucho tiempo; yo, lady Beatrix Brandon, señora Mansfield, he vuelto al colegio donde pasé gran parte de mi infancia. Allí, la he vuelto a encontrar. Sentada en un rincón, en el mismo taburete, junto a la cesta de costura de la señorita Taylor, en el aula de música. Allí estaba contemplándome con sus grandes ojos negros de botones forrados. Creo que me ha reconocido y me ha sonreído, así que no he podido dejar de sucumbir a la tentación y me la he traído a mi hogar, a mi vieja mansión. Leonor, mi querida y fiel amiga, quizá la única que he conocido en mi ya larga vida, ahora que las dos somos un par de viejas solitarias, nos volvemos a reunir. Hoy he vuelto a recuperar la ingenuidad y la dulzura de la niñez. ¡Leonor, bienvenida de nuevo a tu casa!