
Hace un par de semanas, el compañero Lite manifestó su añoranza hacia esos tiempos en los cuales se levantaba minas en los boliches. También razonó, preocupado, que los tiempos actuales no le eran favorables. “Es que quizás no cambió el tiempo, sino que cambié yo”, decía, aunque este pensamiento no aseguraba su estado de madurez y de sentar cabeza, por el contrario, sus salidas esporádicas ahora no eran tan fructíferas porque estaba viejo. “Antes iba a la matiné y las pendejas se regalaban, ahora si voy no mojo y hasta parezco un pervertido”. El tiempo pasa/ nos vamos poniendo tecnos, decía Luca…
Lo interesante de su exposición radicaba en las diversas estrategias que me revelaba en exclusiva para entablar, en dichos circuitos, un acercamiento amoroso. Tome papel y lápiz: gana la indumentaria, gana el chamuyo. Bue… no descubrió la pólvora, pensé. No obstante, lo notable es la estrategia del acercamiento, es decir, cómo diversas triquiñuelas facilitan las posibilidades. Por ejemplo, el no dejar de brindar con cualquier piba circunstancial, “nadie te lo niega”, argumenta el benemérito, “y posibilita que si la vuelvo a cruzar, ya me conoce”. Después el “licenciado en amor accidental” expuso otras planificaciones que se utilizan acorde a la personalidad de uno. Eso es notorio e importante para nosotros, los que llegamos tarde al reparto de cara, establecer dichas técnicas. Es decir, no podemos hacernos los lindos porque nos cagamos de hambre. Lo cierto es que estas estrategias son loables en esos espacios lúdicos, lugares para encuentros que se resuelven dentro de un paréntesis lujurioso. Difícil es establecer dichas maniobras en otros ámbitos, donde las circunstancias y la suerte muchas veces nos es adversa, por más planificación que hayamos realizado. Es un gran problema vital, la refutación de la teoría en la praxis. Uno no puede evitar construir mentalmente una suerte de causa- efecto, estudiar las cartas a favor y en contra, tratar de no dejar nada a la marchanta. Pero en los verdaderos encuentros interviene la Diosa Fortuna. Los primeros intentos son importantes para el desarrollo de la circunstancia, pero antes hay que rogar por que se den las condiciones materiales y coyunturales. Reloj, no marques las horas…, decía un bolero
o bien, desensillar hasta que aclare, decía el General
Sabía que hoy era una oportunidad para forzar una conversación casual con la animadora, pero otra vez no se dieron las condiciones. Jugaba en contra, evidentemente, haber llegado tarde a la reunión de profesores, pero no tenía chance: comenzaba a las 12 y yo salía del otro colegio a las 13. Gran parte del estudio estratégico previo se iba inexorablemente a la mismísima mierda. Sólo me quedaba una chance después de la reunión. Era a todo o nada, vaya uno a saber si tendré otra oportunidad de coincidir un horario de salida conjunto. Me juego entero por tu amor, decía Sandro…
Pero no podía ser de otra forma, llegué y ella estaba en la otra punta del aula, lejos de mi campo visual. Esa circunstancia me negó hasta la oportunidad de observar el milagro de sus gestos detenidamente. Apreciar su rostro de agobiada como yo ante tanta charla intrascendente. Es notable como la belleza en sí no pierde su encanto ni siquiera en esos momentos, mientras que los mortales reflejamos un aspecto desagradablemente mundano.
Pasó una hora hasta que se dio el encuentro de miradas, no se si puse cara de idiota (porque es una expresión ipso facto en mí) pero ella sonrió. ¿Cómo era su sonrisa? ¿Habitual, significativa? ¿Desplegaba un simbolismo, un mensaje? No sé, hay cosas del corazón que la razón no entiende, decía Pascal, entonces, ¿lo dejamos ahí?, decía el dinosaurio Neustad. Lo importante (y lamentable) es que, una vez más, me quedó una impresión indescifrable, estéril. Muy pocos datos para relevar un informe veraz. Sólo una sonrisa y un beso de paso, porque la animadora no tiene tiempo que perder y, por ende, se fue antes de que culmine la reunión.
Paradojas de la vida, y del tiempo como construcción humana: a la Reina, le llegó la hora; a la animadora, no hay tiempo que pueda con ella. Me siento dentro de un reloj de arena que, de a poco, me va sepultando. Me cago en la ostia, dije.
