La historia de Ushuaia se despliega en los salones de la residencia, y el devenir de esta ciudad está indisolublemente ligado al presidio que funcionó desde 1904 hasta 1947. Allí el visitante se puede familiarizar con la historia de los presos más emblemáticos como Cayetano Santos Godino, conocido como el Petiso Orejudo, quien fue sometido en la cárcel a una cirugía estética de sus orejas, porque la impronta lombrosiana que respetaban los estudiosos del derecho penal los había hecho concluir que su forma y tamaño eran determinantes para la maldad y peligrosidad del recluso.
Un almacén de ramos generales de mediados del siglo XX recrea las costumbres de los parroquianos del poblado en aquella época, así como los restos del naufragio del barco Monte Cervantes en enero de 1930 dan cuenta de las duras condiciones de la navegación en los barcos que se aventuraban por estas costas. El curioso trazado disímil de los accidentes geográficos desde el siglo XVI hasta el más cercano siglo XIX se pueden contemplar en la sala de cartografía, con documentos que resultan increíbles debido a las concepciones de cada época.
Finalmente, el salón central conserva la impronta del recinto de sesiones legislativas con los muebles de madera cuidadosamente exhibidos sobre los pisos originales. La estructura de la antigua Casa de Gobierno, de tipo ballon frame, con el montaje de tablas de madera que se unen mediante clavos y un revestimiento exterior de asbesto y cemento al que se aduna la chapa ondulada de zinc, es un exponente típico de la arquitectura local. Conviene destinar un par de horas a recorrer su interior despacio, deteniéndose en cada detalle, para imaginar el devenir histórico que encierran sus paredes; a mayor abundamiento, en algunos meses del año la entrada es libre y gratuita.
El Museo del Fin del Mundo
La visita guiada se encuentra a cargo de un descendiente de los pueblos originarios, pero en nuestro caso no contamos con su experiencia porque se encontraba en Buenos Aires presentando su primer libro en la feria anual. Así que luego de recorrer la sala en la que se encuentran los ejemplares de aves que habitan estas tierras australes, nos adentramos solos en la historia de los primeros habitantes de la zona.
Parece que los atisbos de vida humana se remontan a 4.000 años atrás cuando algunas comunidades indígenas se asentaron en el sur profundo, aunque en principio su carácter nómade reducía las estancias a temporadas cortas. Con el tiempo y pese al clima, la presencia de los lobos marinos cuya carne consumían al mismo tiempo que empleaban las pieles resistentes como abrigo determinaron que fueran echando raíces; eran canoeros, porque empleaban estas construcciones como transporte entre los diversos efluentes de agua característicos del lugar.
Los yámanas, habitantes de estas tierras, fueron debidamente colonizados por foráneos y nacionales y evangelizados por las diversas misiones que arribaron en el siglo XIX: la historia de la pérdida de identidad y patrimonio de los pueblos originarios se reitera a lo largo y a lo ancho de América Latina. Algunos testimonios de su existencia se conservan en el Museo del Fin del Mundo, tanto en fotografías como en objetos; particularmente me produce tristeza que se hayan perdido cosmogonías antiquísimas por la obsesión del ser humano de conquistar y borrar de la faz de la tierra todo aquello que considera diferente.
Los objetos recuperados de naufragios también integran el patrimonio del museo, como el espectacular mascarón de proa que perteneciera al buque Duchess of Albany que naufragó en estas costas en 1893. Esculpido en homenaje a la princesa Elena Frederica Augusta de Waldeck y Pyrmont, fue encontrado en el año 1950 al sur de Isla Grande. También se pueden apreciar algunos objetos del avión Cóndor de Plata, el primero que sobrevoló el Cabo de Hornos tripulado por el aviador alemán Gunther von Plüschow.
La visita al Museo del Fin del Mundo, al igual que la antigua Casa de Gobierno, no tiene costo alguno en algunas épocas del año, y resulta una cita obligada para quienes se aventuran en tierras fueguinas. La espectacular fotografía tomada por Juan da cuenta de la majestad del mascarón de proa que forma parte de su patrimonio.
En El Calafate
A través de las ventanillas del taxi que nos condujo hacia la ciudad, distante 23 kilómetros del aeropuerto, el paisaje que pudimos observar varió notablemente en relación a Ushuaia: El Calafate se encuentra en la provincia de Santa Cruz, donde la geografía está conformada por la aridez de la estepa patagónica, el clima es seco y ventoso por ende sólo crecen arbustos y pastizales, abundan las aves rapaces y entre los mamíferos sobresalen los guanacos, el zorrino y la mara, una especie de liebre.
El Calafate tiene un promedio de 30.000 habitantes, pero en temporada alta desborda con los turistas que visitan la villa como paso obligado hacia la atracción principal de la provincia: el Parque Nacional Los Glaciares. El Lago Argentino la dota de una belleza peculiar por el azul de las aguas, posee una amplia oferta hotelera y multiplicidad de agencias de turismo que organizan los traslados hacia las bellezas naturales de la zona. Aquí estamos, alojados en el hotel Mirador del Lago, y desde la ventana de nuestro cuarto el amanecer sobre el espejo de agua despunta en azules diversos y extraños.