Soy de las que se aturullan en Navidad. Tantas luces, tanto consumo, tanto ruido, tanta comida y bebida me colapsan los sentidos. Si es un hecho probado que lo que nos toca el corazón suele ser sutil y rara vez tangible, ¿a qué viene ese despliegue masivo de estímulos para, supuestamente, mostrar amor? Lo que pasa es lo contrario; que se hace más patente lo que nos falta (lo invisible, que diría el zorro del Principito). Que se le ve el trasero lleno de pelos al emperador.
Si consigues librarte por unos instantes de los miles de escaparates, décimos de lotería y fiestas de empresa con sus bandejitas de turrón y observas el cielo en un día como hoy, sólo verás un inmenso azul. Y, sin embargo, por encima de los rascacielos más altos con sus cubículos y sus arbolitos en miniatura y sus empleados navegando por Internet resulta que hay un montón de bichos: mariposas, mariquitas, escarabajos, arañas que se arrastran en sus propios globos, e incluso termitas que revolotean a más 6.000 metros de altitud.
Lo sorprendente no es sólo lo altos que están, sino la cantidad que hay: en un radio de unos cinco kilómetros, los científicos calculan la presencia de unos 3.000 millones de animalillos. Casi tantos como luces de Navidad.
El vídeo está en inglés, pero enseguida te harás una idea
¡Felices fiestas!