- Estoy aquí para contaros mi aventura, aunque hace de eso dos semanas, seguirá siendo la aventura de "la semana". En esa aventura, conocí a Buffy. ¿Que quién es ella? ¡Miradla bien!
Todo empezó cuando, una tarde nublada, mi mujer y yo decidimos que no teníamos nada para comer y que teníamos que ir a comprar al supermercado. Al salir, con dos bolsas llenas de alimentos de primerísima necesidad (no sé si lo sabéis, pero estamos a dieta), pasamos por delante de un jardín lleno de cactus. De pronto, un maullido bebé nos despistó de nuestro camino:
MIaaaaaaaAAUUUUUUUUuuuuuuu
La cogimos echa un basilisco (la cogió mi mujer, porque yo tengo un pavor inexplicable a los gatos) y mientras yo cargaba con las bolsas de la compra, Kanon la llevaba sujeta con una mano, con las uñas en ristre y los nervios de punta, preparada para atacar en cualquier momento.
Al llegar a casa, la encerramos en el amplio balcón que tenemos, con un poco de leche y de agua. No comió durante horas, es más, estuvo agazapada, escondida, debajo de un carrito de la compra. No fue hasta más tarde, cuando mi mujer, completamente protegida con manoplas y ropa, entró al balcón a darle de comer con una jeringuilla. Además, le curamos un ojito que tenía supurando, por algún tipo de herida, con un algodón y té calentito.
Teléfono en mano, llamé a todo aquel que conocía que pudiera tener un gato. Nosotros no podíamos quedárnosla porque tenemos dos perritas y es humana, perruna y gatamente imposible. Creedme, no me habría importado dejarla en casa. La búsqueda de nuevo dueño fue agotadora. Facebook, Twitter, mails, teléfono... nadie. Nadie tenía un hueco para tal cachorrito de gato, tan bonita y mimosa. Desanimados y temerosos, creímos estar en un buen lío.
La gatita sin nombre (Cactus y Hana provisionalmente) era lista como ella sola y era encantadora, tremendamente encantadora. Nos conquistó por completo, pero nuestra relación era imposible. Aunque ella, la pobre, no tenía ni idea.
Ya no escuchaba sus llantos cuando nos oía despertarnos y trastear en la sala. Tampoco sentía su calorcito en mi regazo, donde estaba cogiéndole gusto echarse a dormir, tampoco me quejaba de sus afiladas uñas trepando por mi pierna. Fue una despedida agridulce.
- Pero ahora está contenta, feliz, gordita y querida en su nueva casa. Fue una gran aventura haberla conocido, y lo mejor, Buffy será siempre "mi gatita". ¡La culpable de que haya abrazado y besado a un gato como si nunca hubiera temido a estos bonitos felinos!
Como final de esta bonita historia, os insto a recoger a todo animalito abandonado que encontréis y que, por supuesto, jamás abandonéis a vuestras mascotas. La calle es muy fría y dura para un ser tan lleno de amor y cariño. ¡No los decepcionéis!