Revista Talentos

La azotea de Moguer

Publicado el 03 abril 2014 por Javier Sánchez Menéndez @JSMenendez

Ana esperaba en Puerta de Atocha la llegada del AVE. Me ayudó en las nuevas e interminables pasarelas mecánicas. Nacho, en el coche, aguardaba nuestra llegada. Se esconde el sol y hace frío. Hay tráfico en Madrid. En el asiento delantero del copiloto la vida se ve de otra manera.
Los abrazos de rigor, el beso y el recuerdo. Le enseñé mi nueva Sony que siempre llevo conmigo. Aprovecho el instante para inmortalizar el alma. Me pregunta por la muleta y le doy un pase de pecho.
Hablamos de Saúl, de las rosas amarillas y del banco de San Clemente. Roma en los años ochenta era una ciudad mágica.
Han organizado una cena voluptuosa. No de alimento, de personas afines al principio de reciprocidad: María, Diego, Juan Manuel, Natalia, José María, Susana, Manu… Dice Nacho que alguno fallará pero la intención es lo que cuenta. ¿Es así?
Recito el poema de Parménides y el poema inédito de La muerte oculta. Todos desconocían su existencia. Hasta yo mismo dudé de su valía. Había tres inéditos de la época y Tomás Rodríguez Reyes dictó la ley de la esencia: “Una sola palabra”.
Tengo la Custom en la espalda, la Sony en el bolso marrón y el paquete de Camel corto en el bolsillo de la camisa, junto al pecho.
La vida es tan verdadera como la sombra de Luzbel en la azotea de Moguer.La azotea de Moguer  © de la fotografía: Nacho Cano (Roma, 1984)

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