Fue un poco frustrante notar que mi inquietud, mi molestia silenciosa no se debía a dejarme llevar por la marea ansiosa por encontrar un hueco en el tren. Seguía incómodo y eso me restaba concentración para leer o escribir en el tren.
No pasó mucho tiempo cuando noté que de manera especial me molestaba que algunos pasajeros tuviesen la costumbre de traspasar con sus codos el reposabrazos. Invadiendo mi parcela sin ningún tipo de miramiento. Parece algo habitual, solo tuve que fijarme en otros pasajeros y siempre hay uno que invade el espacio de otro. A estos yo les llamo los aguiluchos, abren las alas y les da igual si te están rozando o no, aunque peor es cuando se abren de patas como si les fuera a pasar un tren entre medio. Lo odio, odio jugar al rodillas con rodillas, sobretodo con hombres. Para combatir esto decidí poner cierta resistencia para que vean que yo necesito mi espacio.¿Problema solucionado? NO.
Por desgracia mi intranquilidad no cesó. Había algo en el tren que me seguía perturbando, y no era pagar.
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