La belleza

La belleza nos aparta de la vida. No el arte. El arte nos mantiene en un constante ir y venir entre nuestro mundo y el otro que de todos es. Pero ay, la belleza, monstruo sin compasión que nos persigue allá donde vamos, que nos espía y nos asalta cuando menos lo esperamos. Nos abraza y nos besa. Nos halaga, nos embriaga, nos invita. Nos tiende la mano y si nos dejamos, nos arrastra, nos pierde, nos vacía las entrañas. La belleza nos roba el motivo, nos hace olvidar la causa, nos quita el trabajo. Asidos a la belleza, nada podemos sufrir que ella no pueda solucionar. Tan difícil es apartarla y seguir en el camino como tan fácil es quedarse a dormir con ella. Ha de conocerla el artista, cohabitarla, follarla. Pero nunca amarla ni estrechar lazos. Ha de ser lugar de paso para él y nunca destino ni fin. Y siempre habrá quién se conforme con el paraíso sin conocer el lado oscuro, el esteta, que de alguna forma se aparta del sentido de la vida retozando en la superficialidad que tan gentilmente se le ofrece haciéndose a un lado de  ese camino lleno de defectos, de tropiezos que le permiten avanzar en el conocimiento, que al fin y al cabo es o debe ser el motor único del arte.