Mi ciudad ideal tiene, además de carriles-bici y gente que te sonríe por la calle, muchos cafés. Cafés-librería, cafés-biblioteca, cafés-restaurante. Sin humo ni camareros bordes. Con acceso a internet, para que puedas montarte allí tu oficina.
Yo hice de garitos como Ritual Roasters mi segundo hogar en San Francisco, siguiendo la estela de esos emprendedores de la informática que, para echar a andar las nuevas compañías de internet, comenzaban a reemplazar los garajes de Silicon Valley –donde nacieron gigantes como Hewlett-Packard o Google– por las cafeterías.
Sin embargo, locales de esos que te dejan el abrigo empapado en aroma de café no son, por decirlo suavemente, la especialidad de Madrid. A esta ciudad le gustan el humo, las patatas bravas, los baretos con palillos por los suelos, gente apiñada y cabezas de toro colgadas por las paredes. Y todo esto tiene su gracia, cómo no, aunque a una le gustaría tener más donde elegir.
Por eso el café-librería La Buena Vida ha sido un gran descubrimiento. Hasta incluyen reseñas de prensa en el interior de gran parte de los libros: alguien que se toma estas molestias va directo al cielo.
Así que mañana, Día del Libro, a disfrutar de la buena vida.
(Todos Nosotros, de Raymond Carver. Poema fotografiado en La Buena Vida en cierto día de lluvia).