El grupo de científicos y hombres de fe finalmente había quedado conformado y todos tenían un solo objetivo, encontrar de una vez por todas a Dios.
Los gobiernos del mundo habían aportado los recursos económicos para solventar el multimillonario proyecto y todos confiaban en que el resultado de éste acabaría por unificar a los hombres.
Seleccionaron el Monte Sinaí como centro de operaciones y ayudados por un poderoso telescopio y coordenadas calculadas por Rabinos a través de la Cábala Judía, dieron inicio a la monumental tarea. Antes de empezar, el líder del grupo se llevó la mano derecha al pecho, suspiró profundamente y se asomó al telescopio, ajustó el aparato y echó un ojo al infinito.
Lo primero que observó fue una enorme nube de polvo y gases de color ocre, se internó más en la oscuridad del cielo y localizó ahí una pequeña esfera azul que giraba vertiginosamente, se acercó para inspeccionarla y en su interior descubrió una enorme roca con una construcción metálica en la cima, dirigió la mirada hacia aquel pequeño edificio y halló en una de sus caras una ventana en cuyo interior había un grupo de hombres y en el centro de todos ellos encontró a uno asomado a través de un telescopio con la mano derecha colocada en su pecho.