Revista Literatura

La búsqueda

Publicado el 13 agosto 2011 por Netomancia @netomancia
Como cada tarde, paseaba por el barrio, albergando la esperanza de ver a Daniela. Es que Daniela no tenía un lugar fijo, iba y venía, como un barrilete en día de viento. Entonces sus caminatas se prolongaban una calle más, dos, doblar aquella esquina, la otra, con el único deseo de toparse con ella, radiante como el sol.
Los días en los que no lograba su objetivo, volvía a casa marchito, hasta casi amarillento. Se recostaba en el viejo sillón y encendía el televisor, aunque no lo miraba. Cuando los grillos le anunciaban que era tarde, se ponía de pie, se servía algunas sobras del mediodía y luego se iba a acostar, triste, melancólico.
¡Pero que diferentes eran los días que veía a Daniela! Esos días no los olvidaba más. Daniela con su sonrisa, Daniela con su figura, su andar, su color. Volvía a su casa como volando, con el corazón hechizado. Llegaba y aprovechaba para ordenar, para limpiar las olvidadas estanterías, cambiar de lugar las fotografías, y así se iban las últimas horas del día, casi en un suspiro, envuelto todo en una fina capa de alegría.
Pero no siempre la veía. No siempre acariciaba el aire que ella transitaba. Y cuando ella no estaba, sentía que parte de su alma moría, como si la ausencia lo lastimara de manera mortal. Sus piernas pedían no cansarse, no abandonar la búsqueda. Y a duras penas, proseguía dando vueltas en círculos, pasando por las mismas veredas una y mil veces, saludando cientos de veces a los vecinos que lo miraban asombrados, pero al mismo tiempo, acostumbrados.
Es que Daniela, era un fastasma difícil de dar alcance. Como en vida, siempre paseando, visitando jardines ajenos, disfrutando de los días. Si tan solo hubiese sido más compañero, sabría sus recorridos. Pero nunca lo había sido y ahora que Daniela no estaba, soñaba con encontrarla. Y soñaba tanto que un día la vió, deslizándose en la brisa, como una pluma.
Y cuando la encuentra, recupera algo que creía perdido. Parte de lo que encierran esas fotografías, en las estanterías atestadas de pasado. Se aferra a esa visión, porque es la única forma que tiene de hacer real la realidad.

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