Una mujer se mira al espejo y se sacude los miedos mientras se da el último toque de rimel.
Nadie es la solución de nadie y lo sabe. No obstante, ha decidido seguir adelante. No sabe hacer otra cosa.
Un toque más de maquillaje disimula el moratón de su pómulo derecho.
Él está hundido en el sofá y la mira de reojo. No se fija en ella ni pestañea. Lleva un año en paro. Solo ella trae dinero a casa.
El número 23 de la calle Ibiza. Toca el timbre del portero automático, preguntan, se anuncia, abren, sube.
El servicio con dos hombres cuesta doscientos euros. Se informó bien. Es una mujer bonita y tiene un hermoso cuerpo. Nunca la golpea en él. De hecho, hacía semanas que no la pegaba, pero ella lo enfadó. Hoy tuvo que usar demasiado maquillaje.
Los hombres disfrutan. Ella hace y hace bien. No piensa en nada. Es una máquina, dejó hace años de ser mujer.
Le piden que trague y traga, que se ponga a cuatro patas y lo hace. Uno y otro... Ya está acostumbrada. "Es una hora, solo una", se dice. Un líquido tibio resbala por su garganta. Humedad blanca rebosa y escurre por sus piernas. Los hombres rien.
Se da una ducha rápida, se maquilla de nuevo, se viste, recoge su dinero -veinte euros más de lo pactado, pues se ha portado muy bien según los hombres- y sale a la calle.
El conductor del autobús que la lleva a casa, la mira sin disimulo. Es hermosa y atrae a los hombres.
Al llegar a casa pone encima de la mesa del salón el dinero, pero se queda con los veinte euros que los hombres pagaron por su "buen hacer". Su marido sigue en el sofá, aunque en esta ocasión habla para pedir que baje a por tabaco. Obedece.
Al pasar por una librería decide entrar y pregunta el precio de una novela del escaparate. Le ha llamado la atención la portada. Una pareja se mira con una sonrisa en los labios. Al fondo, una preciosa e idílica cabaña. Un lugar para perderse.
Tiene suficiente con los veinte euros. La compra, acelera el paso para ir al estanco y regresa después, casi a la carrera.
Esconde el libro en la cocina y entrega el paquete de tabaco a su marido. Este la mira con desprecio y la ve marcharse a la cocina.
De noche se la folla. De noche la llama puta. No la golpea en el rostro, solo en el alma. Una vez más.
Y, de madrugada, se levanta de la cama, coge el libro, se encierra en el baño y comienza a leer.
Y vuela a esa cabaña. Ella es la chica de la portada. Está casada con el hombre que la miraba enamorado. Jamás la golpeará. No se daña a quien se quiere.
A ella le gusta leer y le gusta soñar.