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la calle de la Montera

Publicado el 11 septiembre 2013 por Maslama

la calle de la Montera
ya muy mediado el afofado y pálido reinado de don Felipe III, viudo éste y ahilado en suspiros y preces, llegó a Madrid y abrió casa de lujo en las proximidades de la Red de San Luis, una hermosísima hembra salmantina, viuda tierna aún ―y en la flor de la tercera decena de la vida― del Montero Mayor de Espinosa de S.M. Con sus aires honestos y su belleza picante, a medio cubrir por lo alto y recoleta por lo bajo a lo suntuoso y con gala de joyas y encajes, con dueña de medio soplillo al retortero, solía aparecer en público muy provocativamente dispuesta. La ricahembra charra puso en conmoción a los más famosos galanes de la Corte, y rara era la noche que bajo sus balcones no se jugaba fuerte a espadas, teniendo que recoger de madrugada los alguaciles las bazas matadas en jugadas decisivas. Y rara la fecha en que los «Avisos de Corte» no recogían esta noticia: «Ayer mató el marqués de H., en desafío debajo de los balcones de la rica labradora, al oficial de Guardia Amarilla más dilecto del Rey. Esto no puede seguir así. El marqués se ha escondido, pero se le buscará hasta los infiernos para que sea sometido al tormento apropiado.»
la repechada subida a la Red de San Luis convirtióse durante algún tiempo en el infierno de los celos; y entre duelos y quebrantos que se bailaban galanes y corchetes inquisitoriales, transidos los aires de pesias y «daos presos», acorados en las murmuraciones de los comentarios, como en el coro de las tragedias griegas, los comerciantes y clientes, quienes se atrevían a dar pronósticos diarios del juego a espadas, como quien da los del tiempo que hará mañana, los poetas dramaturgos tuvieron temas para sus invenciones y los confesores de urgencia motivos para sus absoluciones «in extremis». Y lo mejor de la efeméride fue que no se sabe a ciencia cierta que ningún galán comanditara negocio matrimonial siquiera zurdo con la viuda.
mas como los tumultos se sucedían cada vez con mayor frecuencia y dramáticos desenlaces, la «vox populi» hubo de recurrir al Santo Tribunal de la Fe ―con la previa aquiescencia del Alcalde Mayor y de la Sala de Alcaldes― para que salieran del Convento de Santo Domingo cruces, pendones, hisopos, cánticos de la Santa Inquisición, con el espeluznante aviso: «Exurge, Domine, et judica causam tuam», estentoreado a cuatro voces y cada tres minutos de procesión parsimoniosa y sorda. Llegado el aparato bajo los balcones de la Montera, sonaron los clarines que demandaban silencio. Y aprovechándolo, un familiar del Santo Oficio leyó ahuecado un edicto cuajado de anatemas y excomuniones contra las personas de ambos sexos que «dieran ocasión a muertes violentas tras pretensiones lascivas.»
se comentó en Madrid que por ser la ricahembra parienta muy allegada de la señora duquesa de Lerma, y por sólo haberse dedicado a un encandilamiento general, sin llegar a un otorgamiento concreto, los ministros del Santo Oficio prefirieron enviarla una santa advertencia. Y la ricahembra, que de tonta no tenía un pelo, se dio por avisada y salió de estampía de la Villa y Corte, dejándola de imperecedero recuerdo un nombre ―la Montera― para una de sus calles más populares.
(Federico Carlos Sainz de Robles, Caprichos, fantasmas y otras anomalías)
ronronea: claudia

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