La calle de mi vida

Publicado el 06 diciembre 2012 por Manugme81 @SecretosdeMadri

El 29 de noviembre fue la fecha en la que un servidor cumplió años y se hizo más mayor, que no viejo. Por eso me gustaría dedicar estas palabras a un espacio que me acogió como una madre, un lugar que me aporta una gran serenidad a pesar del enorme desconcierto  que siempre muestra, la Gran Via.


La Gran Vía, a mi juicio, no es solamente una de las calles más importantes de Madrid, es LA CALLE con mayúsculas. Sus 1.316 metros de longitud son puro frenesí, latidos palpables de una ciudad que nunca baja la guardia. La mejor terapia que pude encontrar en una ciudad desconocida, en ella empezó todo, mi pasión y curiosidad por Madrid. Rondando sus aceras, también se gestó la idea de poner en marcha lo que ahora tienes ante tus ojos, Secretos de Madrid.

Recuerdo ahora con cariño, y con gran precisión, la primera vez que fui consciente de estar en la Gran Vía. Fue en una visita a Madrid de fin de semana, (tenía entonces a mi mejor amigo viviendo en Villanueva de la Cañada) y decidimos acercarnos a conocer un poco la noche madrileña. Serían ya las diez cuando subimos con el coche por Plaza España y giramos a la derecha hasta vernos sumergidos en una vorágine de taxis, neones y un hormigueo constante de gente. Aún recuerdo esa sensación de vértigo ante la magnitud de lo desconocido. Recuerdo también estar mirando a través de la ventanilla del coche ese estallido de colores y de sensaciones, hipnotizado, preguntándome como podía haber vivido hasta entonces a espaldas de semejante espectáculo.

Os hablo, me parece, del año 2003, por entonces en mi cabeza no estaba, ni de lejos, el plan de irme a vivir a Madrid. Nada me hacía intuir las infinitas veces que recorrería esas aceras, escudriñando sus detalles, mezclándome entre esa marabunta de gente que siempre la recorre, sin importar la hora que pases. Ya al trasladarme a Madrid, en 2007 comencé a dejarme caer por la Gran Via atraído como casi todos, por sus tiendas y por su ajetreo, pero fue poco a poco, a base de encuentros furtivos, cuando su magnetismo me fue atrapando hasta hacerme un adicto a ella.

A base de caminar y caminar y fijándome en todo lo que podía, la fui memorizando y absorbiendo. Rostros hasta entonces anónimos me empezaron a resultar familiares. Os sorprendería saber la de gente que, al igual que los míticos Heavys, están un día sí, y otro también, en esta calle, muchos pasan desapercibidos, otros, como los hermanos Alcázar, no tanto. Siempre he dicho que pasear por la Gran Vía es el mejor espectáculo gratuito del mundo. No tengo ninguna duda. Puedes estar horas viendo la vida pasar ante tus ojos. Nos ofrece al instante una radiografía a tamaño real de la sociedad madrileña. Los de fuera y los de aquí, todos, tarde o temprano, terminan pasando por la Gran Vía.

Por suerte he podido viajar mucho en mi vida y os aseguro que aún estoy por encontrar una calle que me despierte las mismas sensaciones que este mágico lugar. El tráfico que no la deja dormir, la brutal variedad de gentes y tribus urbanas que recorren sus entrañas, todo ello contrastado con un marco sin igual, la sublime elegancia de los edificios que la flanquean. Todos son elementos vivos que componen un lienzo gigante y colorido. Castiza y cosmopolita, canalla y seductora, así es ella. La que me dio cobijo en momentos de dudas, la que me brindó incontables horas de deleite y  la que me tendió la mano para comenzar este idilio con Madrid.

Hoy, de algún modo, es mi día pero con esta entrada, quiero que también sea el suyo. No lo dudéis ni un momento, si algún día desaparezco, ya sabéis por dónde empezar a buscar.

Manu