«Ellos aman el teatro. Lo llevan dentro, como una manzana puede llevar, comiéndola, un gusano. Sus padres también fueron así, y también sus abuelos. Nacieron en eso y sería una locura que ellos pensaran que había en el mundo alguna otra cosa que hacer, aparte de esa».
«Yo no amo el teatro. A mí el teatro siempre me importó un huevo. Cuando fui a verlos, en La Coruña, allá por el treinta y tantos, don Pancho y doña Pura, que entonces eran como dos «vedettes», me recibieron desde la cama, a la hora de la siesta.Entré todo decidido y lo primero que vi fue una gran faja tubular de color rosa. Hablé con don Pancho, que ya entonces tenía compañía propia, y se lo dije. Doña Pura no me quitaba los ojos de encima. Les pregunté cuánto me iban a dar.—¿Cuántos días resiste usted sin comer, joven? —me dijo don Pancho.—No lo sé. Nunca hice la prueba.—Pues hágala. Y cuando sea capaz de aguantar quince o veinte días, vuelva».