Esa extraña sensación de que la casa queda vacía cuando se va. Los muebles se quedan atrás y las cortinas bailan el último vals tantas veces como la quiera escuchar. Un vacío que se entiende mejor tras la plenitud, como un pez atrapado en la arena al bajar la marea. Las paredes piden disculpas y resuena su eco, evidenciando así que no son suficientes para un hogar. En ocasiones ha bastado un rincón al que le bañe la luz de la luna llena para que mi casa estuviera en cualquier lugar. En ocasiones parpadea la luz del salón mientras veo la televisión y me invade esa extraña sensación.
Hace calor como dicen en las noticias y un pequeño invierno en el sillón del que supo que no hay mejor cama que darle descanso a la soledad. Es un poco tarde para no dormir de lo tarde que se hizo anoche robarle el tiempo al sueño. Siento tanto soñar despierto y que aún tenga que vivir durmiendo, que solo despierto se queda la casa vacía para al menos despedirnos un momento. Se entiende mejor un adiós cuando se intuye el hasta luego y esta casa no entiende que espero que vuelvas tras cerrar la puerta. No lo entiende desde el primer instante en el que la casa se queda vacía cuando tu mirada no puede cruzarse con la mía.