El atardecer daba un respiro al sofocante calor del verano. El bar de de la carretera, a las afueras, era uno de los lugares en los que se centraba la poca actividad social del pueblo. Las sillas en la terraza no rodeaban ninguna mesa, sino que estaban colocadas mirando hacia la carretera, "a la tunecina", decía el dueño del local.
Esta curiosa disposición hacía que las conversaciones se cruzaran constantemente, mientras la clientela miraba hacia una carretera casi desierta desde la inauguración de la autovía. Nadie se incomodaba si alguien ajeno a una disputa entraba a mediar entre las partes, o si opinaba sobre alguna conversación en la que pudiera parecer que no tenía ni arte, ni parte. Al fin y al cabo el entramado de discusiones vespertinas en el bar de la carretera era el único entretenimiento para apaciguar el aburrimiento estival desde que dejó de verse la televisión por falta de presupuesto para modernizar los repetidores. Al otro lado de la carretera había solares con maquinaria agrícola devorada por la herrumbre, el esqueleto de un Renault 8 calcinado y presidiéndolo todo una casa castigada por el abandono que hace décadas fue la seña de identidad de una familia próspera de la comarca.
Ya no se hacen las cosas como antes. La prueba es que la casa fue construída hacía más de un siglo y abandonada hacía más de cincuenta, y a pesar de las cicatrices que habían dejado en ella las gamberradas y el tiempo, todavía se erigía arrogante y fantasmagórica, resistiéndose a desaparecer de la vista de los pocos vecinos que quedaban en el pueblo.
Hacía más de media de hora que Rédulo se había sentado en una de las sillas con una cerveza, ahora caliente, en la mano. Miraba la casa que había enfrente del bar casi sin pestañear. Jero se dio cuenta e intentó sacarle de su estado ausente al estilo del pueblo: con un codazo y un estentóreo "T'has quedao p'allá!".
A Jero le gustaba exagerar un poco estas expresiones para desmarcarse en la medida de lo posible de la mayoría de convecinos a los que consideraba un rebaño de paletos, de modo que después de la abrupta forma de captar la atención de Rédulo, le preguntó con el tono cansino de los atardeceres de verano:
-¿Por qué mirabas tan concentrado hacia la Casa Maldita?
Rédulo asentía con la cabeza, mientras se tomaba su tiempo para responder y probar la cerveza que estaba caliente la sopa en invierno. Así también afianzaba el aire místico y un poco pedante que se había convertido en su seña de identidad.
-Pensaba -con el tono solmene que se reserva para revelar los grandes secretos de la humanidad- en todos los misterios que se ocultan en la Casa Maldita y que todavía no hemos descubierto....
Jero se sonrió. Más por dentro que por fuera. Hacía mucho tiempo que no aprovechaba la bisoñez de Rédulo para tomarle el pelo. En ocasiones sus burlas eran de mal gusto y eren injustificables aunque siempre se disculpara aduciendo que le daba algo de rabia que un hombre hecho y derecho como Rédulo creyera en todos los misterios que se le ponían por delante. Y por si fuera poco, ahora le daba vueltas a la Casa Maldita.
Jero pensó en divertirse un rato y fue dándole cuerda a Rédulo, mientras ponía a trabajar su cabeza a toda velocidad, ideando la forma en la que poder escarmentar a su amigo de una vez por todas. Intuía que el asunto podía dar mucho juego.
-Bueno, tampoco tiene tantos misterios la Casa Maldita -dijo Jero, con la intención de ver qué más sabía su amigo sobre la casa-. En realidad lo único que pasa es que todos los propietarios que han tenido les ha ido mal, por eso está abandonada.
En ese momento pasó por delante de ellos Sindifadio, que era tan feo como su nombre y tan corto de entendederas como su apodo. Decían que era el único que seguía trabajando en la cantera porque era igual de feo al natural que cuando la explosión de un barreno le pillaba desprevenido.
-Y tan mal -apostilló Sindi-, como que todos mueren degollados -y continuó hacia el bar en busca de otra cerveza fría.
-Ya Sindi -respondió Rédulo, sin tan siquiera mover la cabeza para ver como se perdía por la entrada del bar-, pero estoy convencido de que esa es la forma en la que la casa se defiende. Así espanta a todo el mundo y nos quedamos sin saber qué es lo que pasa dentro. Puede haber espíritus malignos que custodian puertas dimensionales a otros lugares del universo. O energías que te abren la mente a otras realidades...
O Beyoncé Knowles jurándote amor eterno en japonés, pensó Jero, sin dejar de buscar el modo en el que convertir la Casa Maldita en su particular parque de atracciones.
La situación estaba poniéndose bien para sus macabras intenciones. Rédulo no tenía ni idea de la historia de la Casa Maldita. Además había que aprovechar que Rédulo llegó al pueblo siendo ya un adulto y debía de ser de los pocos que nunca se había metido en la casa para fumar, beber, invocar al espíritu de Jimmy Hendrix en extraños aquelarres o intentar meter mano a la novia de turno.
-A lo mejor por eso nadie se explica - dijo Sindi, regresando con una cerveza bien fría - por qué en las paredes había letras escritas con la sangre de Brurco.
-¿En serio? ¿Habían escrito en las paredes? - los ojos de Rédulo transmitían más sorpresa que una monja de clausura con un consolador en la mano.
Jero prestaba atención a la conversación. Sindi era imprevisible, lo mismo quería matar al que escribía el horóscopo del periódico, que iba cantando las bondades de encender velas negras en las noches sin luna en mitad de un círculo de excrementos de vaca. De momento se estaba convirtiendo en una aliado estupendo para conseguir que Rédulo picara como un pardillo.
En realidad la historia completa de la Casa Maldita estaba diluida en al menos una docena de leyendas urbanas. La versión que le había contado su abuelo era sencilla y no tenía ningún misterio. Brurco era un tratante de ganado bastante fanfarrón al que le gustaba enseñar el rollo de billetes que llevaba siempre encima. Por si fuera poco, era bastante faltón con lo que su lista de enemigos casi coincidía con el censo, no sólo del pueblo, si no en toda la comarca. Por tanto, lo más probable es que una noche entre dos o tres de los que estaban hartos de su mala boca, le degollaran para robarle. Las letras que había en las paredes casi con seguridad fueron un intento infructuoso de Brurco por dejar constancia de los nombres de sus asesinos. El difunto no dejó herederos y ya que sus seis hermanos eran tan retorcidos como el finado, la casa nunca tuvo nuevo dueño y quedó abandonada, convirtiéndose en el refugio de todos los vicios ocultos de los adolescentes de las últimas generaciones del pueblo.
Sindi y Rédulo continuaban intercambiando ideas funestas, mientras Jero terminaba de dar forma a su retorcido plan.
Aprovechó que Sindi se levantó a por otra cerveza fía para decir a Rédulo en tono muy bajo:-Ahora que el Sindi no nos oye...¿quieres saber un misterio aterrador que esconde la casa?-Claro que sí - respondió Rédulo sin dudarlo e inmediatamente cuchicheó - ¿qué es? -Dicen, yo no lo he probado todavía porque me acojona, pero dicen...
Jero se aseguró que no les oía nadie.-Joder, ¡dime que es!-La Casa Maldita, te dice el día que vas a morir...-¿Cómo? -Te lo digo a ti por si tú eres capaz de probarlo. Yo no quiero saber cuando me va a llegar la hora...-Pero eso fantástico -Rédulo tenía que esforzarse por disimular para que Sindi no se enterara de nada-, es un misterio impresionante...dime más...¿qué hay que hacer para probarlo?
Rédulo había picado como un tonto. Ahora sólo faltaba darle las instrucciones correctas y apresurarse para tenerlo todo preparado.
(continuará mañana, lo juro)