Inicio Parte 3
Continuó caminando por la orilla del río hacia la Casa Maldita, el rodeo le aseguraba arañazos por todo el cuerpo, pero le daba la seguridad de poder entrar en la casa sin que nadie le viera.
Remontó el terraplén hacia la casa. No hacía falta saltar los dos metros de muro de enormes piedras que rodeaban la antigua mansión. La muralla se podía atravesar como un espectro etéreo por alguno de los enormes huecos que el tiempo y las necesidades de reparar tapias de toda la comarca habían minado la solidez del paredón.
Jero, sonrió. No se oía nadie dentro, de modo que entró rápidamente en ella. Subió las quejumbrosas escaleras de madera. La casa tenía el aspecto de total abandono que recordaba. Las ventanas apenas aguantaban alguna puntiaguda esquirla de lo que hace décadas fueron cristales. Entraba más viento por las grietas de las paredes de piedra que por las propias ventanas y las telas de araña se agitaban en un baile caótico. El suelo estaba sembrado de restos vigas, telas, papeles quemados. En los rincones se acumulaban rescoldos de hogueras y botellas para todos los gustos. La mayoría de las baldosas de barro cocido se movían al poner el pie sobre ellas, pero todavía era más inquietante observar cómo el suelo de cada habitación estaba combado por su propio peso.
Si la casa había resistido en pie todos esos años no iba a venirse abajo precisamente hoy. Así que Jero con un humor fenomenal entró en la segunda habitación de la derecha que no se diferenciaba en nada de las otras. Si alguna vez hubieron letras ensangrentadas en las paredes el polvo se había encargado de eliminarlas.
Lo primero que hizo el audaz bromista fue echar todo el laxante en el vaso, mojó suavemente la brocha en él y la aplicó inmediatamente en la pared. El brochazo no se notaba, era totalmente incoloro, algo brillante por la humedad, pero sólo era apreciable si se miraba de refilón. A continuación respiró profundamente, metió las manos en el cubo del agua del río, deseó con todas sus fuerzas que ésta fuera lo suficientemente caliza como para que la fenolftaleína del laxante se tornara roja y mojó la pared en el mismo sitio que había dado el brochazo.
Aguantó la respiración unos segundos y no pudo reprimir un eufórico “¡Eureka!” al ver como la raya se iba poniendo roja.
Sin dilación eligió la pared que mejor iluminaba la luna y con descuidados brochazos escribió la fecha del día siguiente. Pensó que con tener un día sufriendo a Rédulo era más que suficiente. La apresurada caligrafía de Jero dejó grabada en la pared un invisible 27-7-2010, a la espera de que el agua alcalina lo volviera sangrientamente rojo.
La parte más importante de la broma ya estaba conseguida, sólo faltaba darle algunos pequeños toques para que la escena cuadrara con la historia que conocía Rédulo. El bote de pintura soltó un enorme tufo acrílico al abrirlo, removió con la brocha y se dedicó a poner letras al azar debajo de la fecha. Una J, una L, podrían ser letras creíbles para muchos nombres. Y en un alarde de mala leche se le ocurrió escribir el nombre de Sindifadio en la pared. No sabía cómo, pero seguro que era había algún camino que le permitiría reírse también del picapedrero paleto.
Apenas había completado las tres primeras letras del nombre cuando vio que su reloj marcaba las doce menos cuarto. No había tiempo para seguir decorando el escenario de la broma. Tapó el bote de pintura, recogió el resto de objetos y estampó los dos huevos podridos contra la esquina más lejana de la habitación, dejando abandonado el cubo de agua, entre ahogadas arcadas.
Al terminar de bajar las escaleras vio como una sombra entraba en la casa. Tuvo el tiempo justo para esconderse en lo que en otros tiempos fueron las habitaciones de servicio y hoy era un lugar estupendo para observar la luna a través de un enorme hueco en el tejadillo.
Estaba seguro de que sería Rédulo, su paso titubeante y el reguero de agua que iba dejando a cada crujir de los peldaños de la escalera lo delataban.
Jero se quedó agazapado sintiendo como Rédulo deambulaba por las habitaciones de la planta de arriba. Quizás el nauseabundo olor de la segunda habitación de la derecha estuviera dando más problemas que ventajas. Los minutos caían pesadamente. ¿Cómo podía soportar tanto tiempo ese olor tan repugnante? Sin duda Rédulo estaba esperando a que fuera medianoche por su reloj, siempre fue muy cumplidor con las instrucciones. Si Jero la hubiera dicho que el agua lo tenía que esparcir con la lengua y a la pata coja, Rédulo habría conseguido la forma de hacerlo. El bromista pensó que de haber tenido más tiempo para pergeñar su plan podría haber inventado algún tipo de baile esperpéntico que habría quedado registrado para siempre con una cámara oculta.
Los retorcidos pensamientos de Jero quedaron interrumpidos por el estruendo de la sinfonía del Nuevo Mundo, el estridente graznido de cientos de estorninos y la accidentada carrera de Rédulo escaleras abajo entre angustiosos sollozos.
Jero resopló aliviado “¡Misión cumplida!”. Salió de la casa tranquilamente para deshacer el camino sin reprimir sus tenues carcajadas, interrumpidas por repetitivos “¡Qué tontaina!”.
Al franquear el muro que rodeaba la Casa Maldita vio de soslayo como una sombra entraba en la casa. Parecía que Rédulo se había repuesto del susto inicial y había regresado para vengarse de algún modo de la casa que había predicho que moriría ese 27 de Julio de 2010 recién estrenado. No era momento de sacar al pardillo de sus zozobra, para mayor escarnio el plan tenía que ser revelado al anochecer en el bar de al carretera.
(en una hora espero publicar el final de esta historia)